martes, 31 de agosto de 2010

CAPITULO 35º LOS JUEGOS CON MIS HERMANAS

anacartov me dijo:Anacartov
Registrado: 01-11-2009
RE: No me publican mi escrito
Buenas noches, Antonio. No sabes lo que me has alegrado la noche calurosa que tenemos por el pueblo, al leer en estas líneas el nombre de mi abuelo. Veo como la vida transcurre, y por ella no pasan los años en valde. Aqui tengo a mi abuelo, el cuál anda enfermo, pero piensa que aún sigue arreglando zapatos y vendiendo en aquél puestecito que tenía en la Plaza de Abastos. Gracias por tus historias. Un saludo

RESPUESTA:
¡Hola¡ Anacartov Gracias por estar ahí. Dar muchos recuerdos a tu abuelo y dile que se ponga bueno pronto. Que aquí estaré yo escribiéndole y contándole cosas para animarle a aliviar su dolencia arrancándole con mis escritos una sonrisa.
Santiago: ahí llevas otro capítulo. !va por tí¡.
(dedicado al artesano Santiago de mi pueblo. El mejor zapatero de toda España incluyendo a Valverde del Camino. Arnedo en la rioja Las islas baleares y todo el lebante Español).

CAPITULO 35º LOS JUEGOS CON MIS HERMANAS
Del libro: AUTOBIOGRAFIA DE UN NIÑO DE JABUGO EN 1950.
Yo jugaba con mis hermanas en el patio de mi casa corriendo al rededor del brocal del pozo. Que teníamos que sortear una pequeña maceta con una también pequeña palmera de medio metro de altura que nos trajo mis tías la de Hinojales y que por mi casa debe de haber una foto de mis dos hermanas mellizas agarrado a sus pequeñas hojas.
Mi madre antes de que cogiera un metro y cuando rompieron las raices el tiesto donde estaba sembrada; decidió quitarla de junto al pozo y desplazarla hacia dos metros a la izquierda; porque las raíces eran tan grande que estaban dispuestas a destrozarlo.
La palmera cuando la vi por última vez medía 20 metros de altura, y daba una cantidad de datiles grandisima ; como pa criar cochino con ellos.
De un cajón de tablas de madera que había servido para transportar sardinas frescas; que mi madre se lo había agenciado para poner derretido el jabón que ella fabricaba y que después regalaba en el dispensario.
Les quitaba las tablas del fondo y se quedaba tan solo con las cuatro tablas de los lados.
Luego le quitaba otra tabla del extremo más largo y se había quedado el cajón con tan solo tres tablitas, formando la letra U. Que al ponerlas de pie y en vertical y boca abajo; Simulaban que era mi moto. Una estupenda moto marca Sangla de la policía o la Derby o la Gibson o la Torot o la ISO o de la Guzy de color rojo; que tenía el cambio de marcha pegado al depósito de gasolina en una palanquita con una bolita en el extremo. Y sus amortiguadores eran resortes o muelles helicoidales; tanto para el asiento del conductor como para el del pasajero.
Yo me montaba encima de aquel improvisado chasis de tablas oliendo a sardinas donde ya de antemano le había clavado una barita de adelfa con su horquilla que representaba al manillar y la maneta del freno.
Me montaba en mi moto y cogiendo el manillar con la mano derecha y levantando la tabla por atrás mía con la mano izquierda sobre el supuesto asiento. Corría dando vueltas y vueltas alrededor del brocal del pozo y luego paraba y me bajaba. Quedando la moto de pie muy bien estacionada.
La imaginación era prodigiosa y podía llegar y hacer lo que quisiera con ella.
Yo le decía a mi hermana Laura: ¡Laura móntate que te llevo a la feria de los jarritos de Galaroza¡.y después nos vamos a la feria de Grana. Y mi hermana se montaba tras de mí y levantaba la tabla con sus dos manos. Entonces corríamos juntos dando vueltas y vueltas alrededor del pozo.
Escarranchados los dos sobre aquella tabla. Les dábamos rienda suelta a la imaginación y simulábamos que íbamos muy deprisa y la brisa nos echaba el pelo hacia atrás y el ruido del motor de dos tiempos lo hacía yo con mi propia boca.
En cada curva pitaba el claxon. Porque era requisito indispensable por aquel entonces. Si no lo hacías. En la misma curva de la Yutera estaba la pareja de la guardia y te decía: no le he oído ni una vez tocar el claxon. No tengo más remedio que multarle para que se acostumbre a tocar en todas las curvas peligrosas.
Mi hermana Laura iba muy contenta conmigo en mi moto. Aunque de mi casa no saliéramos. (Porque no teníamos carnet de conducir)
Cuando no jugaba con ellas cogía solo el manillar y me iba a la calle. Corriendo a toda pastilla con la barita de adelfa entre mis dos manos y por toda la acera de mí casa. Calle abajo y calle arriba.
Me gustaba coger la curva de la calle Portugal Creo que hoy se llama Silencio o tal vez hayan cambiado a Lisboa. ¿No estoy seguro?
Al bajar de la calle Portugal que no tenía salida a la carretera. Me resbale al coger la curva tan pronunciada y tan cerrada que tiene la esquina de la casa de Miguel Sopa.
A esa velocidad y con esa curva tan cerrada que tiene la acera; tuve la mala suerte que resbale con la gravilla que no había o que frene en la misma curva de la acera y perdí pie pegándome un fuerte golpe en la cabeza contra la esquina del zócalo de cemento tan alto que tenia la fachada de esa casa. Menos mal que el zócalo era liso y no tenia aristas punzantes.
Perdí el conocimiento y casualmente; la siempre dispuesta y sevillana María la Gora; que vivía enfrente; me vio muerto en el suelo y se lo dijo a mi Padre que estaba en mi casa. Ni que decir tiene que por aquellas calles pasaba un coche solamente dos días a la semana.
Lo que si se oía muy tempranito sin amanecer y sin oír cantar el gallo; eran las campanillas de las cabras que llevaba El Rano y los ruidos que hacían las pisadas de las bestias sobre el empedrado de las calles.
Mi padre me cogió en brazos y me llevo inconsciente al consultorio corriendo cuesta arriba.
Entre y allí me despertaron.
Esto no hubiera ocurrido de haber llevado el casco puesto. Si se hubiera inventado por aquellas fechas.
A la media hora estaba yo totalmente restablecido y dispuesto; buscando mi moto. Y allí estaba mi barita de adelfa con su extremo en horquilla que no había sufrido ni un solo rasguño.
En una ocasión agudicé más la imaginación y el ingenio y me puse a decir misa.
La iglesia era la bodega que había servido de calabozo para espirar mis pecados.
Allí en aquella catacumba y tan solo a media luz llegaban mis cuatro hermanas que se habían puesto los trapos negros que encontraron improvisando el velo que se ponían las mujeres por la cabeza y se habían puesto de rodillas a rezar y a meditar en aquel banco largo de la foto que nos fabrico mi padre.
Allí permanecían dentro de la bodega esperando al párroco.
Yo me puse las alforjas de mi padre sobre la cabeza entre los hombros. Que me sirvieron de casucha y me metí dentro de un gran cesto de varetas de olivo. Simulando estar subido en el pulpito diciéndoles un gran discurso y responso. Todas me prestaron la debida atención.
Después me Salí del cesto y simule darles la comunión a todas ellas. Terminando bendiciéndolas y diciéndoles que se podían ir en paz.
Otros de los juegos que más me gustaban eran el de las cuatro esquinas del zaguán de mi casa y el del zaguán de la casa de mi amigo Miguel Ángel Sánchez Miro.
Allí nos poníamos Miguel Ángel y su hermana Isabel Mª y mis dos hermanas y yo.
Luego cantábamos a coro y nos movíamos en sentido de las agujas del reloj dentro del zaguán.
Cuando se acababa la canción. Todos corríamos a ocupar una de las esquinas. Y el que se quedara sin ocupar una esquina. Era quien ocupaba el centro. O era eliminado del juego pasando otra de mis hermanas a sustituirlo.
A mí me producía mucha ilusión y sentía una sensación muy extraña y placentera al rozarme corriendo con los brazos de Isabel Mª para llegar a coger el rincón y no quedarme en el centro. Era una sensación que no sabría describir porque de hecho éramos unos niños; pero que ya empezábamos y queríamos descubrir al sexo contrario.
Entre ruidos y risas y roces de correr de acá para allá o de esquina en esquina. Venia el ama de llaves que estaba jarta de tanto zapateo sobre el suelo brillante encerado y de tanto escándalo; y también acudía una de las criadas de Pastor Sánchez mandada por la madre de Miguel Ángel. La señora Miro; y nos decía: ¡Venga se acabo el juego¡. Ustedes dos para dentro y ustedes para vuestra casa; que es hora de recogerse.
Este juego también lo hacíamos en nuestro zaguán; pero el mío era más rustico y no estaba alicatado de azulejos de Mensaque Cartujano de Sevilla; ni el suelo era de mármol de Carrara por donde resbalábamos corriendo. Sino que era de terrazo de solería catalana. Y tenía una zona central de un ancho de un metro; empedrada de chinas sin aristas de colores blanco y negro formando figuras geométricas de rombos. Este pasillo central lo había construido mi padre para que pasaran la borrica margarita y la yegua blanca y tuvieran buena adherencia con las herraduras de acero.
En el patio de mi casa también jugábamos a las casitas. Yo era de profesión carnicero
Y mis hermanas venían a mi plaza de abastos donde les proporcionaba la carne más suculenta del mercado. Claro siempre dependiendo de lo que había entrado en la Lonja o en el Merca Sevilla.
Yo tenía dos trampas puestas en el huerto y alguna vez caía algún gorrión de los muchos que por allí llegaban.
El ave tenía sus jamones (muslos) su pechuga y sus alas. Que colgaditas con hilo en exposición debajo del tinao; Simulaban perfectamente ser el puesto de un excelente carnicero.
Todas me compraban fiado y el negocio se vino a pique.
FIN DEL CAPITULO 35º LOS JUEGOS CON MIS HERMANAS
Del libro: AUTOBIOGRAFIA DE UN NIÑO DE JABUGO EN 1950.
Un saludo de DON PEDRO JUNIOR (CONTINUARA)

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