jueves, 5 de agosto de 2010

CAPITULO 22º: (PRIMERA PARTE) de El internado de los Salesianos de la Santísima Trinidad.

CAPITULO 22º: (PRIMERA PARTE) de El internado de los Salesianos de la Santísima Trinidad.
Del libro: AUTOBIOGRAFIA DE UN NIÑO EN JABUGO EN 1950
En todo ese primer año solitario que estuve en Sevilla. Interno y en los 6 años venideros restantes que pasé en la Escuela de Aprendices también interno. Nunca tuve protección de nadie, siempre me las tuve que arreglar yo solo para todo. Y os puedo asegurar que esto también marca a la persona y confirma lo de: “El hombre no nace sino se hace”

Al año siguiente a ese incidente de la bodega de mi casa improvisada de calabozo. Como yo insistía en salir con mi amigo Maqui en busca de sensaciones nuevas por aquellos caminos, riveras y huertas y el Bacie. Mis padres deciden arreglar la cuestión mandándome a un internado a más de 100 kilómetros de distancia.
Trascurría el año 1959 en un caluroso 15 de Septiembre Sevillano en los padres salesianos de la Santísima Trinidad.

Si grave fue el calabozo más grave fue el que mi madre me dejara solo a los 9 años de edad llorando en aquel caluroso patio con suelo de cemento que brotaba el fuego del verano sevillano; en aquel llamado: patio del recreo donde para mí; todo era extraño y no conocía a nadie, en aquel marcado e inolvidable día de septiembre.
Allí me dejo mi madre con una maleta de cartón. Yo no podía impedir las lágrimas de un niño de nueve años y mi madre sé que se fue también llorando.
Yo no hacía nada más que repetirme: (¿Por qué? ¿Por qué? Mama me arrancaste como una mata de chocho y me sombraste en la Ciudad).
Las polvorientas encinas el dorado castañar ¿Por qué? ¿Por qué? Me sacasteis Madre de mi pueblo natal.
De Sevilla todo me parecía grande en comparación con lo que era mi pueblo. Las calles eran el doble o triple más anchas y aquellos pisos tan altos y tanto trafico de carros de la nieve y de triciclos de panadería y con taxis de color amarillo por aquellas calles tan empedradas con esos adoquines de figura tan regular y tan grande; en comparación con las piedras pequeñas de mi calle.

Yo; la verdad no era un niño prodigio ni tenía grandes dones y virtudes ni era un jirón excelso de la divinidad caído del cielo en la tierra. Como diría Pérez Galdós en Torquemada en la hoguera.
Todo el camino en el Saure vine más mosqueao que un pavo escuchando una pandereta.
Aunque mi madre trataba de tranquilizarme dándome ánimo y diciéndome: Allí te enseñan mucho y terminas siendo un “hombre de provecho”.
Los domingos nos sacaba Don francisco nuestro tutor hasta llegar a la Plaza España.
Íbamos caminando en fila de dos por la acera y seguimos un orden y una disciplina sin extralimitarnos ninguno. Sabíamos que éramos observados por los viandantes y procurábamos hacerlo cada vez mejor. Algunas parejas de mujeres mayores nos preguntaban ¿de qué colegio sois niños? De los Salesianos señora ¡ah claro ya se os ve¡
Mis padres solo se sintieron orgullosos y no cabían en sus pellejos, cuando vieron como avanzaba en mis estudios en aquel internado Sevillano de Los Salesianos de Santísima Trinidad, y leían y releían con asombro las cartas escritas que les mandaba, sin una falta de ortografía y con una excelente caligrafía inglesa de letras apaisada. Adquirida tal habilidad de la escritura o caligrafía con la ayuda de los tres dictados diarios que hacíamos en clase y que corregíamos cuando ponía Don Francisco el dictado correcto en la pizarra.
De cada dictado según las faltas de ortografía cometidas, salía un nº de puesto en el escalafón de la clase. Los dos primeros figurarían en el Cuadro de Honor, y felicitado personalmente por el director del centro: Don José.
Al terminar el curso de ingreso de bachillerato allá por el año 1959- 60 regrese a mi casa con una caja de cartón de más de 50 centímetros de altura toda llena de libretas completas de dictados en cuadernos de doble rayas.
En la lectura también nos poníamos de pie sobre la pared y leíamos sobre nuestro libro. Cuando nos atascábamos al leer seguía el que estaba junto a ti y nos adelantaba en posición, quedando por delante. Cada vez que se superaba en la lectura con un cronometro. Se adquiría mejor posición en el escalafón que formábamos en la pared. Los dos primeros salían también en el Cuadro de Honor. Aunque el hecho de leer con más soltura no quería decir que lo había comprendido y asimilado todo, sino que leía como un papagayo. Lo de entender o no entender lo que se lee, se consigue con muchos más años de práctica de lectura y concentración.
Estos curas saben distinguir que alumnos les interesaría que siguieran estudiando en el colegio y que otros alumnos le vendrían mejor que se fueran del colegio.
Este vale para bachillerato y este otro para formación profesional. Que por cierto en la otra ala del internado estaban los de formación profesional. Y en el ala de la derecha los de bachilleres.
Cuando veían que un chico no promete los dejaban por imposible. Porque este no iba a darle renombre al Centro. El solo terminaba aburriéndose y yéndose del colegio.
En cambio se esforzaban con aquellos otros que le interesaban y que prometía y se centraban en el estudio cambiando con facilidad el chip del juego a la concentración de los deberes escolares.
El resultado los tenía en las evaluaciones periódicas de los exámenes.
Era palpable el adelanto que había obtenido en el internado, y mis padres dieron por bien empleado el sacrificio mensualmente que dieron de su dinero a los curas.

Se veía crecer el amor fraternal y se congratulaban cada vez mas de haberme engendrado, dando el ser a semejante criatura como yo.

Era el colegio de los salesianos de la Santísima Trinidad en la zona de los internos.
Y hago hincapié en esto de los internos para separar una zona de otra a través de una valla muy alta y que estaban al otro lado del cine o salón de actos. Estos otros se llamaban Los externos y eran alumnos que terminadas las clases se iban a sus casas. Solían ser de clases menos favorecidas.

En todos los colegios grandes de Sevilla ocurría lo mismo: siempre había una valla divisoria que separaba la gente humilde y sin recursos de la gente que podía permitirse el entregar dinero con muchos esfuerzos como era el caso de mis padres.

Unos ejemplos eran los de los padres Jesuitas de la calle Eduardo Dato. Allí estuvieron mis dos hermanitos mellizos e hicieron la primera comunión, al otro lado de la valla.
Se distinguían de los otros por tener distinto la bata o babi de color caqui, distinto al de los otros chicos más afortunados de colores a rayas en blanco y celeste; también hacían distinción el calzado y la cabeza rapada al cero por aquello de los piojos o las liendres que eran los huevos de cría de los piojos y que se adherían al cabello sin quererse soltar y otros muchos detalles más. El cantante Paco Navajas dijo alguna vez que: Aquel que nace para martillo. Del cielo le caen los clavos.

Otro ejemplo lo teníamos en el colegio de Yanduri situado en la misma puerta Jerez, Frente al Hotel Alfonso XII; los de un lado de la valla, no podían verse ni hablar con los del otro lado, porque se conoce que los pobres tenían un léxico no muy apropiado para la gente recatada. No fuera que escuchasen palabras mal sonante o se les pegara alguna miseria; cosas que no eran del agrado de los oídos de los padres pudientes que solían vivir en grandes casas solariegas que recogían a criadas de los pueblos limítrofes andaluces y extremeños y los chóferes conduciendo el SEAT 1400 de color negro o el 1500 con la palanca de cambio de las velocidades en el volante y toda serie de lujos de aquellos tiempos.

Por aquellas fechas se podían permitir tener por muy poco dinero todo el personal de servicio que quisieran dado que una niñera o cocinera, con tenerla vestida y calzada con su cofia con delantal blanco y recogida y alimentada.
Algunas las podías tener todo un día; por tan solo un huevo y un bollo era más que suficiente, para tenerlas contentas. Bien es cierto que había casas que mantenían más contentas a la servidumbre que otras, bien por el trato tolerante o afable y no autoritario y soberbio o bien siendo más dadivoso y menos mezquino.

Las criadas que tenían gran celo en el trabajo y que eran eficientes obedientes y en definitiva buenas criadas se las disputaban las señoras de las grandes casas como los buenos futbolistas en los grandes clubes. Y Ellas tan contenta de estar en una casa de tan alta alcurnia.

Las niñas de posición acomodada acompañadas por las chachas pueblerinas las llevaban al colegio de (palacio de) Yanduri situado en la puerta Jerez y que en la guerra fue sede de la falange española e iban adornadas con un gorrito circular de fino paño y de forma similar a un gran gurumelo (champiñón) que le hubieran quitado el tallo y puesto en la cabeza boca abajo y con una cinta de color azul muy vistoso, andaban rectas con la cabeza erguida y ropas muy recatadas de fino paño Ingles, con faldas azules y con lustrados pliegues siempre muy bien planchadas limpias e impecables y eran conducidas al colegio siempre puntual por criadas mayordomos o chóferes. Eran hijos de comerciantes o empresarios. No hay que olvidar que era la Sevilla industrial y comercial que tenía mucha actividad y muchas chimeneas echando humo. Las criadas o niñeras les llevaban puntuales el almuerzo todos los días, bien calentito en sus canastos, con sus fiambreras y no se iban de vuelta hasta que no se los hubiera comido todo, puesto que esa eran las órdenes e instrucciones que recibían.

Este porte o educación o estilo le acompañaban a las niñas durante toda su vida, y las hacían ser mujeres con mucha clase y se distinguían del resto de las demás niñas por sus modales refinados, al caminar por la calle sin mover la cabeza y sin quedarse fija mirando a nadie, decían siempre la palabra justa a la hora de hablar y comunicarse con alguien y cedían las aceras a las personas mayores.
Cualquier interlocutor de la clase social que fuere se daba cuenta inmediatamente de tales dones adquiridos, puesto que mantenía atentamente la conversación sin mirar nada más que a los ojos del interlocutor.
Al hablar no hacían ningún gesto con las manos. Su vocabulario era claro escueto y conciso sin palabras soeces ni mal sonantes, en definitiva observaban muy concienzudamente las reglas del buen orden, la buena urbanidad y la buena educación recibida en aquel colegio de elite Sevillana, en definitiva que siempre ha habido clases y clases. Confucio dijo una vez: que donde hay educación no hay distinción de clases.

CAPITULO 22º: (FIN DE LA 1ª PARTE) de El internado de los Salesianos de la Santísima Trinidad.
Del libro: AUTOBIOGRAFIA DE UN NIÑO EN JABUGO EN 1950
Un saludo de DON PEDRO JUNIOR (CONTINUARA)

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