CAPITULO 21 MI VECINA LA TITA ANA DEL LIBRO DE AUTOBIOGRAFIA DE UN NIÑO EN JABUGO DE LOS AÑOS 50
Quisiera dedicar un capitulo a mi vecina La TITA ANA.
Mi Vecina de enfrente de mi casa La buena de mi Tia Ana la de mi Tio PEPE el cajero de Sanchez Romero Carvajal
La casa de mi vecina la de enfrente era de Mi tita Ana. Yo merodeaba por allí siempre curioseando. Porque allí había mucho que ver y aprender; Puesto que el Tio Pepe el cajero de Sánchez Romero siempre estaba abajo en la bodega de esa casa terminando algún bodegón de encargo. Que por cierto quedaban preciosos. Era un verdadero artista. No solamente pintaba bien sino que arriba tenía un taller de carpintería donde fabricaba los juguetes para todo el pueblo y que exponía en el escaparate de su ventana cuando se aproximaba la fecha de los Reyes Magos.
A mí me regalaron los Reyes Magos un bonito camión de madera hecho por mi Tío Pepe; que transportaba saquitos de arena y tenía un pico y una pala muy pequeñita y una cuerda de un metro de larga por donde tiraba de él y le daba movimiento; ilusionándome un montón.
A fabricar estos juguetes de madera le ayudaban sus dos hijos Jorge el padrino de mi hermano y el más pequeño: José.
Un bodegón lo donaba para que se rifara en la tómbola diocesana.
Y le toco a una pobre mujer del barrio viejo. Mi madre que había visto como se pinto el cuadro. Le propuso a esa mujer comprárselo y le dio quinientas pesetas de las de entonces.
El bodegón era precioso. Estaba compuesto por una ristra de ajos un caldero de latón una caja de madera con su relleno de paja y sus tres botellas de reserva de vino tinto riojano y una lata de conserva de pimientos del piquillo. Mi madre le había prestado para que los pintara una tinaja pequeña esmaltada en color verde de cerámica y un candil de bronce de pie alto de sobremesa con sus cuatro mechas. Creo que se llamaba Velón. Y para culminar el cuadro también tenía en su parte izda. Un hermoso melón de piel de sapo. Era una bonita composición que parecía todo tan real. Que daba admiración el contemplarlo.
Un buen día entre como muchas veces en casa de mi TITA ANA la vecina de enfrente y me cole en donde estaban sus dos hijas mayores Gloria y Celia haciéndose un vestido como buenas costureras que habían aprendido el corte y confección.
Me vi solo en aquella sala y quise curiosear haciéndome mayor con una gran tijera de sastre que estaba encima de la mesa de trabajo y que me llamaba mucho la atención.
Al coger la gran tijera. Experimente como se cortaba, por mi mismo y sin posibilidad de que nadie me enseñara. Por no haber ninguna persona mayor que me dijera con todos los tactos pedagógicos y todos los detalles posibles que hicieran comprender la peligrosidad de cualquier herramienta en las manos de un niño.
No había nada mas que escuchar aquello de: ¡niño eso no se toca¡ ¡niño eso es peligroso¡ ¡niño que no te vea yo que tocas las tijeras ¡!niño eso te puede cortar un dedo¡ ¡niño¡: ¡cómo te vea tocar la tijera te doy una guanta que te arranco la cabeza¡ etc. (Así estaban las cosas y espero que así, no siguen).
A través de los años fui comprendiendo que los niños en ese aspecto eran ignorados y nadie le enseñarían a manejar una herramienta con la que pudieran hacerse daño. El niño se tenía que conformar con esperar y aguantar sus impulsos de querer aprender hasta que fuera un hombre y que alguien le dijera después como funcionaba. O cometer la imprudencia que hice yo: Echarle valor y aplicar el antiguo lema de:” Cortando cojones se aprende a capar” Granjeándome la mala fama de niño travieso.
Después de cometer aquella travesura de niño chico; vino el interrogatorio.
No me puse colorado en la rueda de preguntas. Puesto que no entendía que yo hubiera hecho tanto estropicio cortando un simple papel. y negaba toda acusación que me hacían. Por no saber lo que había pasado y no porque tuviera mucho rostro y disimulara muy bien. Sino porque yo no vi la cinta métrica de sastrería que estaba debajo de aquel fino papel que ni siquiera levante para cerciorarme, sino que como niño que era. Fui impulsado por la curiosidad e introduje el pico de la tijera en el papel que estaba sobre la mesa y que era un patrón de un vestido. Creyéndome que solo cortaría el papel y accionando con todas mis fuerzas con las dos manos porque se resistía a cerrarse. Nunca pensé que aquel papel tan fino pusiera tanta resistencia a ser cortado. Y conforme se cerraron las dos hojas de la tijera así lo deje. Pensando que no había hecho nada malo.
Con esa acción pensé que había logrado imitar a mis mayores hasta conseguir cerrar la tijera escuchando un chasquido seco del cierre y dejando todo como estaba. Pensando para mis adentros: Yo ya se cortar y hacer cosas. Yo ya soy “un mayor”.
Nunca se supo quien había inutilizado la cinta métrica que estaba debajo del papel; Partiéndola con un corte seco de tijera por la misma. O al menos así era como yo creía. Puesto que nadie me lo recriminó nunca más, ni nunca jamás se hablo de aquella travesura de niño.
Siempre creí que la buena de mi Tita Ana pensaba que yo no había sido. Porque un niño de cuatro años no tiene suficiente fuerza para hacer aquello. Ella les echaba las culpas a sus dos hijas mayores.
Yo siempre lo creí así porque de aquello no se entero ni mi Madre.
Si se hubiera enterado hubiera habido San Palermo.
Aunque siempre me quedó la duda de si se callaron para que ella no se enterara o simplemente les quedaron la duda de si ciertamente había sido yo.
Lo cierto es que a un niño es muy fácil de engañar.
A partir de ahí por vergüenza fraccioné la entrada en aquella Santa Casa.
Por aquella fecha pasó un cometa que volvería transcurrido cien años.
Mis vecinos vinieron a altas horas de la noche para poderlos divisar mejor.
Mis padres los condujeron hacia el huerto o corrar. Y allí pudimos verlo todos perfectamente con su larga cola.
Un buen día: Celia y Gloria nos puso la vacuna de la exterminada epidemia de la viruela.
Mi madre les proporcionó el bote de la vacuna y ellas nos arañó con un plumier de escribir en las nalgas o en el brazo. Originándonos a los dos días un gran postillón y algunas decimas de fiebre.
En las tardes de los largos verano, por la fresquita sacábamos las hamacas y las sillas en medio de la calle y sentados saludábamos y veíamos pasar a los vecinos con dirección al paseo.
FIN DEL (CAPITULO 21 MI VECINA LA TITA ANA) DEL LIBRO AUTOBIOGRAFIA DE UN NIÑO DE JABUGO EN LOS AÑOS CINCUENTA UN SALUDO DE DON PEDRO JUNIOR (CONTINURA)
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