lunes, 5 de julio de 2010

CAPITULO 17º: LOS JUEGOS DE NIÑO QUE SE PERDIETRON EN EL PASEO.

CAPITULO 17º: LOS JUEGOS DE NIÑO QUE SE PERDIETRON EN EL PASEO.
Del libro: AUTOBIOGRAFIA DE UN NIÑO EN JABUGO EN 1950
Había muchos juegos divertidísimos que lo practicábamos alrededor del paseo.
Estaban los mojones que los hombres de los bares se deleitaban viéndonos y hasta dejaban de beber y comer revoltillos de tripas de cordero o habas cocida con poleo y con su palillo de diente entre los labios o sobre la oreja o clavado en el lateral de la boina.
Salían todos de la barra de los bares que había en el paseo y se ponían curiosos a vernos como lo hacíamos y nos divertíamos.
Observándonos, comparaban como éramos de ágiles.
Entre susurro se oía decir: ¡Ese es el hijo de Pastor Sánchez y ese es el de Corta cero y ese el Cazuela y ese el Purga y ese el de Mota y ese el del Pinto y ese otro es del cartucho y ese Víctor y ese el de Torre, y ese el de Primitivo de la Fragua y ese Pavón del peón caminero y este otro: es el de Inesita la del vasto y ese el hijo de Don Pedro¡

Saltando por alrededor del paseo; dábamos el espolinique con el tacón en las posaderas del que le había tocado estar inclinado con la cabeza hacia abajo. A los doce saltos me tocaba ponerme a mí y dependiendo de lo fuerte que yo hubiera dado así me daban después y viceversa.

Cuando llegué a la capital, lo que aquí llamaban los mojones; en Sevilla recibía el nombre de piola.

Estaba el juego del abejorro que consistía en ponerse uno que le había tocado en suerte a presentarle la espalda a todos los demás y comenzábamos a darle un manotazo sobre la mano que tenía abierta debajo del sobaco; y al volverse nos poníamos todos a mirar al cielo como disimulando e imitando al abejorro con su ruido y tenía que adivinar quién le había dado el manotazo. Si acertaba al de la guanta, se consideraba un perdedor y era sustituido por el de la mano extendida

El del burro que se saltaba sobre uno que le había tocado en suerte ponerse encorvado y agarrando con sus manos a la reja de la ventana del edificio del juzgado que daba al paseo junto al casino y detrás de él se ponía otro perdedor en igual postura inclinada donde saltábamos encima de ellos sobre sus espaldas y aquellos dos que tocaran primero con sus pies el suelo, le tocaba ponerse de costana relevando a los anteriores.

El juego de los botones forrados de tela o de los tapones metálicos que llamábamos platillos de cerveza de la cruz del campo; que escrito sobre un circulo de papel un nombre de un jugador actual y pegados sobre la tela; simulaban ser un equipo de fútbol con su numeración y que sentados sobre el umbral de las casas improvisábamos un partido.
También empleábamos botones que obteníamos de la caja de la costura que teníamos en casa. Eran botones grandes de gabardina o abrigos y de balón utilizábamos uno pequeño de los puños de camisa.

Siempre había alguna vecina que salía y nos decía anda iros a otra puerta que aquí hay una persona enferma y necesita dormir y descansar. Y nos levantábamos y nos íbamos a otro umbral.

Estaba también el juego de la billarda. Aquí destacaba yo. Se jugaba con dos palos. Uno era una vara de olivo y el otro un palito pequeño, de una cuarta de largo y aguzadas las los puntas que lo colocábamos en el suelo tratado de levantarlo dándole un golpe en las puntas para que saltara y volverle a dar cuando estaba en el aire; con el fin de mandarlo lo más lejos posible. Luego se media poniendo la vara en el suelo y se contábamos las varas que había de distancia y el que más varas de distancia tuviera, era el que ganaba el juego. (Una vara, es una medida antigua de longitud que era algo menos que un metro)
Este juego era un tanto peligroso, porque como no estuvieras listo y te pusieras en la trayectoria de donde iba dirigido el palito con puntas que se lanzaba, te podía hacer daño en donde te diera.

Sentados con las piernas abiertas sobre los bancos de hierro fundido que había alrededor del paseo. Jugábamos a ver quien metía más veces los palillos higiénicos usados que encontrábamos en el suelo debajo de la barra de los bares.” Higiénicos” entre comillas.
Se trataba de meter el palillo” higiénico” ya usado, por los diferentes agujeros que tenía el asiento. Como los agujeros eran de distinto tamaño y figura; presentaban más dificultad unos que otros y naturalmente tenían distinto valor numérico.
Todavía no había llegado a Jabugo los helados de marca registrada como los Napolitanos ni los chupachups. Por tanto no pudimos disponíamos de los palitos adecuados para jugar y tan solo nos contentábamos con los mondadientes encontrados en el suelo.

Se apuntaban los tantos con una tiza que le pedíamos al camarero o la traíamos de la escuela. Por aquel entonces también disponíamos cada uno de un material escolar llamado pizarra y pizarrín, que cada uno debíamos de llevar la suya para compartir las clases y hacer las cuentas de suma y resta y multiplicación.

Los únicos helados que podíamos probar eran en la feria de Los Remedios que llegaba un hombre con un cilindro de corcho y dentro tenia fabricado un helado de color blanco y con sabor a canela que ayudado con una medida rectangular y dos galletitas; nos lo vendía por un real.

En definitiva que las horas se pasaban volando con tanto entretenimiento.


FIN DEL CAPITULO 17º: LOS JUEGOS DE NIÑO QUE SE PERDIETRON EN EL PASEO.
Del libro: AUTOBIOGRAFIA DE UN NIÑO EN JABUGO EN 1950
UN SALUDO DE DON PEDRO JUNIOR (continuara)

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