sábado, 17 de julio de 2010

CAPITULO 20º (2ªparte de): LA FINCA DE VALDELACANA

CAPITULO 20º (2ªparte de): LA FINCA DE VALDELACANA
Del libro: AUTOBIOGRAFIA DE UN NIÑO EN JABUGO EN 1950
Mi padre me llevaba montado sobre el mulo blanco; encima del serón con las piernas escarranchar íbamos los dos desde Jabugo al Repilao.
Yo iba muy orgulloso desde lo alto de aquella atalaya; divisándolo todo; mi Padre iba pegado a mi espalda y de vez en cuando me dejaba las riendas para que condujera.

Cuando faltaba un par de curvas para llegar al cruce donde estaba la caseta de mi amigo Pavón que su padre era peón caminero. Mi padre decía: ¡Mira allí a la izda.¡ un pájaro perdiz con sus pollitos va hacia arriba.
Veía la madre, pero no a los pollitos llamados perdigones que tienen un plumaje de camuflaje perfecto y se mimetizan aplastándose en el entorno sabedores de que no van a ser vistos.

Al llegar al mismo cruce de la caseta del peón caminero mi madre me contaba que pocos años antes hubo una cantina en la carretera de Jabugo en aquel mismo cruce de carreteras y que tenía un rosal de rosas rojas olorosas y aterciopeladas muy bonitas en el extremo izdo. De la puerta de entrada.

Allí en la finca de Valdelacana vi por vez primera la nieve. En Andalucía nieva muy poco o nada pero; Pero aquel año de principio de los 50; quizás fuera el 1953, sí que lo hizo.
Mis hermanas mellizas aun no habían nacido en El Repilao.

Mi madre saco en brazos a mi hermana Laura y con la otra mano me llevaba a mí hacia la puerta del cortijo donde pasábamos una temporada y fue cuando vi admirado todo el campo teñido de blanco como si alguien le hubiese puesto una enorme sábana.

A mis padres se les veían felices. Y de rebote mi Padre y mi hermana Laura y yo.

Mi madre en el cortijo, fabricaba el pan en una artesa de madera. Amasando la harina y la levadura dándole muchas vueltas hasta conseguir una masa homogénea.
Luego lo dejaba reposar hasta que fermentaba envuelto en una sabana de lienzo blanco.
Ese enorme pan de más de un kilo se metía en el horno árabe que mi padre encendía con los troncos de la poda de las encinas y alcornoques y cuando quedaban solo las ascuas las desplazaban y barría hacia un lado y colocaba la masa en medio de aquel semicírculo.
Ese pan duraba más de 5 días y permanecía durante esos días inalterado y dispuesto para ser comido.
En el corrar o huerto de 150 metros de superficie que estaba en mi casa de Jabugo Mi padre sembraba para el consumo del hogar algunas habichuelas, cebollas ajos habas, dos matas de berenjenas, lechugas y tomate. Dos lechugas dejaba siempre crecer para simiente y en las florecillas de sus largos tallos, venían los bonitos jilgueros con sus variadas plumas de colores y los jamases (pardillos) y chamarines (verdecillos) a comerse las semillas.
Los tomates sobrantes de las matas, se pelaban y troceaban metiéndolos después en una botella con un embudo de hojalata y se tapaba con un tapón de corcho que fabricaba mi padre con un cuchillo bien afilado sobre una piedra de ribera pulida.
Boca arriba sin tapar del todo se calentaban las botellas llenas de tomate, al baño María.
Las botellas llenas le echaba mi madre, antes de ponerles el tapón de corcho una porción pequeña de unos polvos blancos para evitar la multiplicación de bacterias, luego frenaba el tapón con un atado de cuerda fina de cáñamo, para que no se saliera el tapón al fermentar el tomate.

Estos polvos llamados algo así como perborato potásico envueltos en un fino papel; de igual manera que venía envuelto el azafrán que vendía Purita y Salud.
Este producto se adquiría en la farmacia del Señor farmacéutico Mota que tenía cerca del techo encima de una estantería una enorme águila imperial disecada con las alas extendidas en plan de ataque y mirando con unos expresivos y grades ojos amarillos a todo aquel que llegaba al mostrador.
A mí me daba cierto respeto (yuyo) aquella enorme águila imperial.

Estas botellas se abrían en el invierno y se cocinaba con ese tomate que tan rico estaba.

En la tienda de Baldomero escaseaban algunos alimentos primarios y el saco de fibra de yute con azúcar blanca apelmazada en grandes terrones que depositada en un cajón de la de madera de su estantería y que después despachaba con un cazo de aluminio en forma de teja con su mango; Se acababa el azúcar en la tienda nada más empezar el mes y los últimos solo rebañaban del cajón algunos trozos de azúcar apelmazados y algunas hilachas del saco de yute. Había que esperar hasta el mes siguiente.
El café se acababa también pronto. Carmela la nena aun tenía algo. Este articulo lo traían de estraperlo los mochileros desde la vecina Portugal en bolsas de plástico de un kilogramo de peso y anunciaban la marca del Camelo (camello) la gitana y la rosa etc. era un café torrefacto de un color muy negro pero muy aromático, En escasez de este producto se usaba un sucedáneo llamado malta o lo que es lo mismo La cebada tostada o requemada.
Algunos vecinos, (los mochileros) del pueblo, se jugaban el pellejo con sus mochilas a cuestas llenas de café desde el otro lado de la frontera, durante toda una noche y sorteando veredas y barrancos para evitar que la pareja de La Guardia Civil les diera el alto. Unos y otros se conocían y respetaban cada uno su código.
Cuando eran sorprendidos había quien ese día le tocaba tirar la mochila al suelo y salir corriendo al oír el ¡alto a la Guardia civil¡. Otro día le tocaba a otro, y así vivían, tanto guardias como estraperlista.
Con una derrama entre los compañeros se arreglaba todo, cuya derrama consistía en una bolsa de café que tenía que dar cada uno al desafortunado compañero que le había tocado tirar en su huida la tan preciada mercancía.
Algún mochilero era cogido y metido en la cárcel.

Hubo un año que llovió muy bien y en su fecha y los árboles frutales de la finca de Valdelacana se cargaron de fruto y recogió una buena cantidad de siembra como boniato y papas cebollas pepinos pimientos etc.
La borrica y el mulo blanco vinieron a Jabugo cargadito de frutas en sus angarillas y serones.
Con tanda abundancia; le daba a mi padre para vender y regalar a la familia que tenía en Hinojales.

No siempre llovía bien y en su tiempo. Había años que como en la Sagrada Biblia: siete años bueno y siete años malos.

Eran los años 50. Se carecía de todo. Las vitaminas eran muy necesarias para poder subsistir y paliar en parte la mala y poca nutrición que en aquellos años existía.
Mi padre se fabrico un embalaje grande de madera y con relleno de heno y paja, lo llenó de frutas y lo mando por tren desde El Repilao hasta Cumbres Mayores donde estaba mi abuelo materno Pedro Domínguez esperándolo para llevárselo a Hinojales, de donde era mi Madre. Este gesto mi padre lo repitió dos o tres veces que yo recuerde.
Mi madre era feliz porque veía que su marido cumplía con su palabra de ayudar a su familia y de tenerle la casa preparada; como ella merecía tener. Gracias a su esfuerzo de haber conseguido ser una persona colegiada y diplomada que había salido de la mediocridad gracia a mucho esfuerzo empeño y voluntad.
La casa era propia de un hacendado. Y los tres títulos que mi padre poseía de ATS; adornaban muy visible la pared y exhibía con mucho orgullo.
El dormitorio principal estaba adornado con el mismo estilo. Y también se dejaba los postigos entreabiertos para exhibición del que pasara por la calle.
Este amplísimo salón que muy bien se podría comparar con los salones de palacio. Era totalmente visible desde la acera de la calle a través de un amplio ventanal de dos hojas de donde colgaban amplios visillos de grandes encajes y su correspondiente reja andaluza. Para ello se dejaba entre abierto es proceso el postigo y además de airear la casa y eliminar las miasmas y posible mal olor de las casas cerradas con humedades.
Viéndolo todo aquel que pasaba; le daba a conocer la posición social acomodada y de economía desahogada de aquella casa.
Mi padre cuando se caso con ella le había prometido que la pondría como una Reina.
En aquel salón no se podía entrar: “niño a ahí no se entra para nada “ “niño ningunas de esas cosas se pueden tocar” “niño que no te vea yo que entras ahí”
También se podía ver el gran chinero con la bajilla de buena cerámica de La Cartuja de Marqués de Pigman Sevillana. Algunas piezas heredadas de mi bisabuela y gran surtido de platos colgados de la pared.
Presidía el frente un gran cuadro colgado de la Sagrada familia. Y de las otras paredes colgaban buenas láminas de cuadros famosos referentes a tratados de medicina, entre ellos figuraba el gran Catedrático y premio nobel Don Ramón y Cajal que tanto admiraba mi Madre y que le oí decir que era un Señor con muchos dones y virtudes. Nos decía del ilustre Premio Nobel que lo más sobresalía era su celo eficiencia y esfuerzo en su trabajo imposible de superar. Por algo tenía ese Premio.
Decía que fue Doctor en medicina y era militar con graduación de teniente o capitán.
En aquel gran salón también había del mismo estilo y la misma madera noble de castaño haciendo juego con la gran mesa y las sillas; un largo aparador con puertas de cristal que contenía una amplia vidriera y varios cajones que no se podían abrir porque estaban cerrados con llave debido a que contenía las cucharillas de plata que mi Madre compraba a plazos. Allí estaban en sus estuches las cuberterías de plata o de alpaca fina que les vendía periódicamente el platero que venía desde Galaroza y otros pueblos de la sierra haciendo su turné y tenía un apellido portugués era algo así como: Meneses.
Este tal Meneses venía de tarde en tarde a Jabuco.
Aquello estaba en mi casa como de exposición y nunca se celebro nada. Era algo así de “mírame y no me toques”.
Eran tiempos de solo aparentar y figurar un linaje o alcurnia o prosapia y hacer ostentaciones hipócritas, para representar una falsa.
(Así estaban las cosas y creo que Así afortunadamente ya no siguen).
Hoy día podemos vivir de otra manera y se compra en las grandes superficies comerciales como es el IKEAN y una vez instalado en la propia casa todo se puede tocar y todo es de disfrute y uso. A los pocos años se tira y se compra otro nuevo.

En este foro he leído a uno del Repilao, diciendo que el dueño actual de la finca de Valdelacana; ha dado autorización para que se valla de acampada el día del Bollo (Domingo de Resurrección) Lo cual me ha causado mucha admiración por tan noble gesto.

CAPITULO 20º (fin de la 2ª parte) de: LA FINCA DE VALDELACANA
Del libro: AUTOBIOGRAFIA DE UN NIÑO EN JABUGO EN 1950
UN SALUDO DE DON PEDRO JUNIOR (continuara)

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