viernes, 27 de agosto de 2010

CAPITULO 33º LOS DOS CEREZOS VIEJOS DE POR BAJO LA YUTERA

CAPITULO 33º LOS DOS CEREZOS VIEJOS DE POR BAJO LA YUTERA
Del libro: AUTOBIOGRAFIA DE UN NIÑO DE JABUGO EN 1950.
Allí había dos cerezos centenarios; junto a la carretera yendo hacia El Repilao en el lado derecho; nada más bajar desde la yutera por la carretera abajo; y todos los años veíamos como se cargaba de cerezas grandísimas y dulces brillaban como si estuvieran barnizadas; Que parecía convidarnos a cogerlas. Pero había que tener mucho cuidado porque allí y en todas partes; las piedras oyen y los arboles ven.
Yo veía pasar todos los años los meses de Junio sin catarlas. Y no se me quitaba la tentación de pecar. Por aquello de que no se enterara Doña África y Doña Elvira Las catequistas. Que todo lo sabían y lo que no sabían se lo decían.
Hasta que un buen día llego el momento de hacerlo; y fue que: Caminando solitario por la carretera abajo mirando los herreritos y carbonerillos que revolotean en lo alto de la pingorota de los arboles de la cuneta y observando todo lo que se movía.
Localice a dos hermanos subido; cada uno en un cerezo, dándose un banquete.
Me dije a mi mismo; esta es mi ocasión: ahora o nunca.
Me dirigí hacia el primer árbol y empecé a gatinear por su gordo tronco centenario. Y al llegar a la vieja copa me dispuse a irme a la rama donde estaba el que se me había adelantado y que no se si se había dado cuenta de mi presencia. Lo cierto fue; que él ignorándome seguía sin perder tiempo; dándose el lote de las mejores cerezas del viejo árbol. Posiblemente pensaba que como candidato podía ser un rival cogiéndole las mejores y por eso aceleraba más en cogerlas.
Allí en aquella pingorota; era donde estaban las mejores y más rojas y gordas cerezas de todo el esquelético árbol que no podía con sus años.
Me dispuse a ponerme andar por aquella gruesa rama: Y no hice nada más que poner un solo pie y escuche un crujido seco y me quede quieto e inmóvil impávido e impertérrito sin decir nada. Como el que había pisado una bomba en un campo minado.
Solo seme ocurrió ponerme escarranchado sobre el principio de aquel esqueleto de rama que no podía con sus años y menos con nosotros dos.
Allí quede quietecito durante varios minuto sin levantarme ni querer irme para adelante ni para detrás. Esperando lo peor. Porque aquella rama no dejaba de moverse ni de crujir debido a que el que estaba en la punta iba a lo suyo y no se apercibía de que la rama crujía y no podía más; estando a punto de venirse abajo.
Entre tanto ramajes y hojas y cerezas no podía verlo; solo lo escuchaba. Y estaba tan atareado en su faena que no seme ocurría decirle nada del peligro que se avecinaba.
Además estoy seguro que no me hubiera hecho ni caso.
El niño seguía cogiendo las cerezas y como se movía tanto para localizar las más lejanas y que más se exponían al sol.mas crujía la rama por donde yo estaba sentado.
Aquel niño: tanto movió la rama buscando las más gordas cerezas que vino lo que me esperaba.
Yo estaba agarrado a la rama con una tesitura. Como el que tiene agarrado a un lobo por las orejas: Que no sabe si seguir agarrándolo por la orejas o soltarse de las orejas.
La rama vieja como era de esperar se vino abajo, y detrás vino el mozo que la movía.
Yo caí como esperaba; de pie escarranchado en el viejo tronco, lleno de hormigas que me picaron por todas las zonas húmedas. Eran unas hormigas pequeñas pero con mucha mala leche. Porque levantaban el brillante abdomen negro y te pegaban unos bocao que te hacían rabiar.
El desdichado debió de caer de mala manera; porque vi como se alejaba cojeando.
Confié que no hubiera sido nada grave. Tal vez alguna torcedura de tobillo.
Bajó su hermano del otro árbol y se lo llevo montado (a cabrito) sobre sus hombros por el camino de las Escuela hacia arriba.
A mí se me quitaron las ganas de comer cerezas y me fui carretera arriba con dirección a mi casa, sin probar ni una sola y sacudiéndome los hondillos de las rabuas hormigas. (Una mujer rabua es una mujer maligna y mezquina)(Otro palabro para el diccionario)
Y eso que ahora habían quedados las cerezas bien bajitas a ras del suelo. Pero no estaba el horno para cerezas y me quede sin probarlas para siempre.
No sé si alguien dijo esta frase: (LO QUE MAL SE EMPIEZA MAL ACABA).
Sé quiénes eran mis dos acompañantes. Pero no diré ni delatare sus nombres; para no herir susceptibilidades. Bueno solo pronunciare el nombre de uno de los dos hermanos; Y esto será cuando llegue La Epifanía de Navidad. (Todo esto también ha prescrito ya)
Alguien dijo alguna vez: (QUIEN NO CALLA EL HECHO; TAMPOCO CALLARA EL AUTOR).
Fin del CAPITULO 33º LOS DOS CEREZOS VIEJOS DE POR BAJO LA YUTERA
Del libro: AUTOBIOGRAFIA DE UN NIÑO DE JABUGO EN 1950.
Un saludo de Don Pedro Junior (CONTINUARA)

1 comentario:

  1. ¡Eso no es ningún delito, hombre! Las frutas más ricas son las que se comen directamente del árbol.
    Creo que más de uno ha terminado en el suelo por culpa de los cerezos y con algún hueso roto además.

    ResponderEliminar