lunes, 30 de agosto de 2010

CAPITULO 34º MI PRIMERA COMUNION

CAPITULO 34º MI PRIMERA COMUNION
Del libro: AUTOBIOGRAFIA DE UN NIÑO DE JABUGO EN 1950.

Cuando yo hice mi primera comunión tenía siete años y mi madre me vistió de largo con un traje gris marengo con chaqueta cruzada. Y Santiago el zapatero de la calle el Castaño me fabricó unos buenos zapatos para la ocasión; que me duraron mucho tiempo. Porque estos zapatos aguantaban media suela y varias tapas e incluso una media granaina en el empeine; así como tachuelas etc. Los de ahora aguantan menos que una candela de papeles.
En el pórtico de la iglesia todo estaba preparado para tan importante día en la vida de un cristiano.
Allí estaba esperándonos un fotógrafo profesional que le hacía foto a todo el que venía vestido de 1ª comunión. Yo tengo una hecha en el pórtico de entrada de la iglesia; que nos sorprendió el diafragma del objetivo mirando a todos hacia abajo, porque los fotógrafos de entonces tenían la costumbre o dichosa manía de ponerse en cuclillas para hacer la foto. Y esa postura nos obligaba a todos a bajar la cabeza mirándolo a él. Y además permanecíamos como asustados. Sobre todo mi hermana melliza Mª de los Ángeles que asustada pretendía esconderse tras de mi Padre.
Aquí en esta foto faltan mis dos hermanos mellizos más pequeños que se habían quedado abajo en sus cuna. Porque serian recién nacidos.
Yo llevaba el misal o libro del caballero cristiano y el rosario y el crucifijo de cordón dorado.
Las oraciones ya me las sabía de memoria porque las dos hermanas Catequistas África y Elvira se habían encargado de enseñárnosla. Y los pecados capitales y las obras de misericordia y el credo y la salve y el yo pecador y muchas cosas más.
Luego dos años más tarde en el 1959; en Los Salesianos de Santísima Trinidad en Sevilla que estaban pegados a la Calle Jabugo. Me enseñaron el Padre nuestro en latín y la salve en latín y el ave Mª en latín.
Había que aprenderlo a la fuerza porque en aquel internado; todos los días obligatoriamente había que rezar todos juntos un rosario en latín.
La iglesia estaba llena de flores y el cura que era muy bético; revestido con sus mejores galas.
Las niñas iban preciosas con su vestido blanco. Parecían novias; pero como siempre estaban a un lado y los niños hacia el otro.
El coro de mi pueblo; canto muy bien allí arriba junto al órgano de fuelle que lo tocaron divinamente.
Fue un día muy hermoso y a la salida de la iglesia todo el mundo venia a felicitarme.
Hasta mi prima Charo que tiene barios años más que yo y le decía a una amiga dándome besos muy cariñosos: ¡Este es mi primo Antonio¡. ¡Este es mi primo!.
Y los conocidos de mi padre se dirigían a mí y me decían: ¡toma: ¡ para que lo metas en la hucha. Unos me daban una peseta y algunos hasta un duro.
Yo me ponía muy contento y me lo metía en el bolsillo del pantalón. Me sentía el más rico de todos mis amigos.
En mi casa mi madre hizo una comida especial para los invitados con postre, café y pasteles.
No había terminado la tarde y ya estaba yo en el paseo comprándome un sinfín de sobrecitos que contenían una azúcar rosa con sabor a naranja y eran efervescentes y proporcionaban un cosquilleo agradable en la boca.
No sé si aquellos sobres creaban adición o no. Lo cierto es que me gaste todo el dinero que me habían dado en mi Primera Comunión. En los sobres que vendía el quiosco de Mª la Pica.
Os puedo asegurar que fueron muchos sobres. Tantos que no sabría enumerarlo. Mª la Pica se debió de poner muy contenta.
Pero yo no tanto porque; no había terminado de comerme todos los sobres y cogí un retorcijón de tripas que ya se podéis imaginar todo lo demás.
Los peos de todo no era el pintar a pistola ni que me tiraba unos pedos como una olla de cuatro asas. Si no que con tantos gases que tenia; me producían un fuerte dolor de barriga que no se me quito en tres días. Y mi pobre madre sin saber diagnosticar mi dolencia. Porque yo permanecía más callao que en Misa.
Hasta que mi Madre me preguntó: ¿Cuanto dinerillo te han dado?. ¡Mucho mama¡ pero me lo he gastado todo en sobres de naranja efervescente. No hubo más comentarios al respecto y ya se supo el diagnostico de mi dolencia intestinal.
CONFUCIO DIJO EN UNA OCASION: NO DEBEMOS NUNCA HABLAR NI BIEN NI MAL DE NOSOTROS MISMOS; BIEN, PORQUE NO NOS CREERIAN Y MAL, PORQUE LO CREERIAN DEMASIADO FÁCILMENTE.

Fin del CAPITULO 34º MI PRIMERA COMUNION
Del libro: AUTOBIOGRAFIA DE UN NIÑO DE JABUGO EN 1950.
Un saludo de Don Pedro Junior (CONTINUARA)

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