miércoles, 25 de agosto de 2010

CAPITULO 31º MI PRIMER JORNAL.

CAPITULO 31º MI PRIMER JORNAL.
Del libro: AUTOBIOGRAFIA DE UN NIÑO DE JABUGO EN 1950.
De la capital de Sevilla vinieron unos hombres y pusieron una caldera grande de chapa de cobre y latón con tubos retorcidos; Allí montaron un alambique.
La instalaron cerca de la fuente Quino. La caldera la calentaban con troncos de encina y disponía de un sistema de serpentín que al hervir dejaba caer unas gotas o chorrito diminuto, dentro una garrafa y que serie la esencia de unas determinadas hierbas aromáticas que tantas proliferan por nuestra sierra y que después servirían para fabricar medicamentos caramelos y cosméticos etc.
Se trataban de hombres que aprovechando la época estival se disponían a ganarse unas perrillas. Uno de ellos me contaba: que él era el encargado de atender el fuego de la caldera y sus válvulas de seguridad, y que era operario de Maestranza Aérea de Tablada. Tenía varios hijos que criar y se veía obligado a ingeniárselas con algo extra; Porque el sueldo no era suficiente y por eso recurría a estas cosillas en el mes de vacaciones.
Aquello produjo un movimiento de todos los niños del pueblo. Que nos hizo lanzarnos al campo para traer cada uno nuestro haz o pequeño ramo (manojo) de poleo y de orégano, que después llevábamos hasta una casa del barrio nuevo y allí ha mediado de aquella calle cuesta arriba y en la acera de la derecha; hacían como que nos pesaban el manojo en una romana pequeña y nos pagaban dos reales por cada haz de poleo o de orégano que entregábamos. Con dos reales en el bolsillo. Era uno en el paseo: Capitán General con mando en Plaza.
Nosotros nos sentíamos muy orgullosos al ser nuestro primer dinero ganado y aun con ganas de coger más y más y hacer el manojo cada vez más grande. Pero en eso los que nos ganaban eran los expertos que vivían en aquel mismo barrio. Era imposible competir con ellos, puesto que estaban acostumbrados a búscalos y sabían donde se encontraban la mayor cantidad de estas hiervas.
No obstante mi amigo el Maqui no se quedaba atrás e insistía que tenía que coger más que ellos. Y yo le acompañe hasta cerca de Galaroza donde llegamos a coger otro buen haz de poleo.
Subimos de nuevo la calle arriba del barrio nuevo; Una cuesta arriba enfrente de donde está el molino de Severiano y seguían llegando chavales con más haces de poleo y orégano.
Me puse en la cola y entregue mi gran manojo de poleo que era el doble que había conseguido por la mañana. Muy diligentes me pesaron mi mercancía en la misma romana.
Cuál sería mi sorpresa que a la hora de cobrar por mi trabajo recibí la misma moneda con el agujero en medio, o sea los dos reales que por la mañana me habían dado.
Yo no dije nada, porque en aquella fecha ningún niño estaba autorizado a hacer ninguna reclamación de nada. Ni poner pegas. Ni nada que objetar al respecto. Y hasta creo que ningún mayor podía hacerlo. Todo era oír ver y callar. Y eso hice.
Pude observar que a los niños de aquel barrio aun trayendo menos cantidad que yo de poleo les daban hasta una peseta por cada manojo.
No era justo pero hasta mi amigo Maqui se vio favorecido de ello, y lo di por bien empleado todo lo que me estaba sucediendo. ¿A ver? ¡Otro remedio no tenia¡
Alguien dijo en una ocasión y yo lo vengo diciendo hasta cerca de 10 veces con esta: (Aquel que nace para martillo del cielo le caen los clavos).
Esto mismo también pasaba en el recreo de las Escuelas. Cuando se repartía la leche en polvo y el queso de bola amarillo que el Plan Marshall de la ayuda Americana realizaba por todos los pueblos de España a cambio de las prometidas bases aéreas, y siguiera Franco con el rechazo incondicional del comunismo. Y de la salida del vino fino de jerez que los Americanos llamaban Sherry y del Coñac que nosotros llamamos Brandy y que tantos brindis se veían hacer en las películas de Hollywood con nuestros buenos caldos.
Estos artículos iban a parar al Puerto de Santa María con dirección a la Base Aérea de Rota y de las exportaciones de materia prima como el aceite de oliva, las aceitunas de mesa del Ajarafe Sevillano y los minerales(lingotes de cobre) de las minas de Rio Tinto que salían por la exportadora del muelle almacén del ferrocarril en vía muerta; que ponía en la fachada del muelle de carga con letras grandes negras de molde Where House (almacén) en su fachada de la exportadora de Sevilla situada en Tabladilla junto a la Residencia de García Morato. Hoy en día llamado Hospital General que se conocía con el sobrenombre de “Corea” por la cantidad de accidentes laborales y muertes que sufrieron los desafortunados albañiles.
Por aquella fecha coincidían estos acontecimientos con la guerra de los americanos contra los comunistas de Corea del Norte y morían los soldados a millares diariamente.
Los americanos tenían el avión F86 Sabre o Súper Sabre y los coreanos el Mig 15 ruso.
A los niños mal nutridos del pueblo, pude observar en el recreo de las Escuelas que les dejaban repetir su ración de queso de bola de color amarillo y de leche en polvo.
Yo que era un hambrón también quería repetir; y me ponía de nuevo en la cola de los de la leche en polvo.
Cuando me veían el vaso y me miraban la cara; las buenas señoras que organizaban el cotarro. Me decían: Tu ya tienes bastante ¡jópo¡ (Expresión que quiere decir: fuera de aquí) o sea que me saliera de la fila y me vaya a freír espárragos o a pegarles pedos a una lata con agujero; porque me veían bien coloraditos los carrillos .(para todo hay que tener recomendaciones en esta vida) y de ahí el refrán que dice: (quien tiene padrino se bautiza). Total que; no me dejaban repetir mí vaso de leche en polvo. Alguien dijo en alguna ocasión: ! Este mundo es un pañuelo¡. ¡Al que le toque el moco; ¡va aviao¡. (Por no repetir lo del martillo y los clavos.)
Aquel vaso que yo tenía era de pasta (plástico) de aros concéntrico retractiles que me regalo mi tía Mercedes cuando vino de Sevilla a vernos, era un vaso que se plegaba y me lo metía en el bolsillo como si no tuviera nada y esperaba a mi amigo Maqui que con su bote (lata) de leche condensada La Lechera convertida en un jarrillo de lata con su asa, por su padre que sabia soldar con estaño. Ya la traía llena por segunda vez.
A mí no me gustaba el sabor que tenía el queso de bola amarillo, y se lo daba a mi amigo Maqui. Él no le hacía asco a nada.
El queso que me gustaba a mí era el que hacia mi Madre de la leche de cabras negra de Valdelacana.
Mi madre fabricaba un queso en la cocina de mi casa en Jabugo y cuando la leche se cuajaba salía un líquido de color verdecito que mi madre me daba en una tacita diluida en un poco de azúcar diciéndome tomate esto que está muy bueno. Que es la primera leche que da la cabra para su hijito.
Una vez subí al Tiro y me puse a merodear por allí. Llegue hasta la explanada del patio y vi como almorzaban abajo en el comedor los niños del Hogar de San Fernando de Sevilla. Ellos no me vieron a mí. Ni yo a ellos. Solo supuse que estaban comiendo por el ruido de platos y cucharas que de allí abajo salía.
Me tropecé con un bidón casi igual de alto que yo y era de cartón; cerrado con una brida metálica a todo el rededor de su tapa y con escrituras de letras de molde en ingles. Me entró mucha curiosidad de ver lo que había dentro.
Me dispuse a abrirlo y la brida cedió dando paso a que yo levantara la tapa.
Vi con asombro que había una bolsa de plástico trasparente llena de leche en polvo.
Yo no me lo pensé dos veces; Dije para mí: Esta es mi revancha; y cogí un puñado de aquel polvo me lo metí en la boca y empecé a tragarlo con tanta ansia, que por poco me asfixio. Porque se me fue por el otro agujero de la garganta.
Mientras tragaba; cerré rápidamente el bidón de cartón poniéndole el aro de brida.
Me fui sigilosamente por el camino de las moreras con dirección a la carretera. Como el que no había hecho nada.
No había trascurrido ni un minuto de iniciar la cuesta abajo del Tiro y de pronto me entro un retortijón de tripas que pinte de blanco y a pistola todo el asfaltado. Creando la línea continua medianera de aquella cuesta; sin apenas darme tiempo a quitarme los pantalones de tirantes de pana que llevaba.
Aquello creo que dio origen a la vulgar y popular frase internacional de: (“Y salió de allí cagando leche”).
Mi tía también me trajo un tintero de plástico (pasta) de color blanco y negro, que cuando lo llenaba de tinta, aunque se cayera o tumbara nunca se le salía la tinta al tintero.
Parecía un tintero mágico. Tenía la forma esférica y el color de un huevo de gallina blanco, aunque en su base era de color negro y algo aplanado para que se apoyara en el pupitre y quedara algo inclinada su boca cónica para poder introducir el plumier con su palillero.
La tinta la fabricábamos metiendo un pastilla redonda negra dentro de un bote con agua y mucho agitar, hasta convertir el agua en tinta china, las pastillas la vendían en la tienda de Salud.
Un día pasó por el cielo del pueblo por primera vez a la altura de la iglesia. Dos aviones españoles de combate modelo Súper Sabre F86 que eran a reacción y produjeron un ruido muy grande asustando a todo el pueblo por el ruido que salía de su tobera de escape que era una mezcla de la cámara de combustión y de los grandes rodamientos de su eje de turbina con sus alavés. Eran los aviones que nos fueron dando los americanos a nosotros y que procedían de los combates de Corea. Algunos venían con impactos de bala en el fuselaje de los MIG-15 rusos que eran pilotados por pilotos chinos.
Estos aviones juntos con el T-33 fueron los que nos renovaron a los españoles la tecnología aeronáutica paupérrima que teníamos desde la guerra. Y nos iniciaron en el motor de reacción. Diríamos que fueron los Seat 600 de la aviación moderna española, junto con el Saeta y Súper Saeta. De la Hispano Aviación Española. .
Antes de irse a Sevilla; mi tía con una amiga y el hombre que las traía en un Mercedes y que al parecer llevaba el asunto de las ambulancias en EL HOSPITAL CENTRAL de García Morato ; era un hombre alto y corpulento y creo que se llamaba de apellido Carrera; nos hizo en el corral de mi casa una foto de recuerdo y quedamos los siete retratados; sentados todos de mayor a menor a lo largo de un banco de madera que nos había fabricado mi padre.
Aquí mi padre me dio su bastón y me puso un viejo sombrero de paja que andaba por allí. Diciéndome: ¡Hala¡ ¡ heredas la jerarquía¡ y ¡Tu eres el patriarca¡
Ni tuve la jerarquía ni fui patriarca ni yo era policía ni tenía porra ni ná y tuve la misma autoridad que una cana en una calva. Y menos fuerza en el grupo que un remache de carne de membrillo.

Fin de CAPITULO 30º MI PRIMER JORNAL.
Del libro: AUTOBIOGRAFIA DE UN NIÑO DE JABUGO EN 1950.
Un saludo de DON PEDRO YUNIOR (CONTINUARA)

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