martes, 17 de agosto de 2010

CAPITULO 27º: LA GUARRA Y SUS OCHO COCHINILLOS.

CAPITULO 27º: LA GUARRA Y SUS OCHO COCHINILLOS.
Del libro: AUTOBIOGRAFIA DE UN NIÑO DE JABUGO EN 1950
En frente o a 4 metros de la gran cruz de los caídos y en una calle cuesta abajo que va hacia a la casa de hortensia la del pan; que además confeccionaba muy bien las camisas blancas.
Allí cerca o en frente de Hortensia. Vivía en una casita muy chica el sevillano con su prole. Y desde la calle pude verle sentado en una silla calentando con el calor de una chimenea a una de sus hijitas. Encima de su cabeza en el cercano techo tenía una tela metálica que se veían las poquitas castañas que se convertirían pronto, con el calor de la chimenea en castañas pilongas, que le servían de su poca despensa.
Aquella cruz de los Caídos tan grande; fabricada de madera de castaño y pintada de negro que presidía un manojo de cinco flechas con su yugo indicando que era por los caídos del bando ganador y simuladamente olvidarse del bando perdedor.
El día que se conmemoraba la muerte de José Antonio Primo de Rivera se cantaba el himno del cara al sol y los del otro bando no veían bien esa exclusividad y algunos refunfuñaban.
Justo en aquel sitio del porche de la iglesia donde caían los polluelos culones de cigüeña llamados cigueñinos; Caían de sus nidos construido en una enorme plataforma construidas por sus padres con aporte de ramitas de leña y demás cosas que encontraban.
Al irse descomponiendo esas crías muertas; olían muy mal cuando pasabas por alrededor de aquel porche.
También por las noches se escuchaba el canto de las lechuzas que decían se “tomaban” el aceite que tenían las palmatorias de los santos en la iglesia.
Pegado a dicha cruz. Había una casa de esquina que vivía un hombre que solo tenía hijas mayores, pero que se notaba que era una persona sanota y buena porque una vez que pasamos con mi madre, nos dijo: pasad chicos: os voy a enseñar una cosa que os va a maravillar y nos llevo a mis hermanas y a mí a ver en el sótano de la casa a una guarra ibérica muy grande. Mi madre se quedo arriba hablando con sus hijas que al parecer eran mayorcitas y estudiaban bachillerato o se estaban preparando para magisterio.
La guarra se encontraba echada a todo lo largo sobre paja seca y se veía que estaba amamantando a sus ocho hijos recién nacidos. Que se afanaban por chupar cada uno de su teta. La imagen que daba aquello; era de mucha ternura y el hombre tranquilizando a la madre con suaves palabras y caricias; cogió a dos lechones y nos lo puso entre nuestras manos. La guarra madre era tan buena que ni se inmuto.
El tacto que sentíamos al tocar aquellos indefensos y ciegos animalitos fue como si tocásemos la piel de una persona; al menos así parecía el tacto. Pero con el añadido de ser una criatura tan chica que imploraba ternura.
El hombre se veía que estaba satisfecho con sus animales y con la acción de enseñarnos aquel acontecimiento que no se nos olvidara mientras vivamos.
Aquí nada más que cabe ahora entonar una estrofa del grupo Harcha ; que dice más o menos así:
Pero yo solo he visto gente muy diferente que da la cara. Gente que solo quieren vivir en paz y contento y ser felices. La gente de mi pueblo es gente abierta, sana, buena, amable y hospitalaria.
La gente de la gran metrópoli dicen que los pueblos serrano son gente cateta y cerrada y son huraños y muy raros porque están aislados en la montaña y desconfían del forastero, como si todo el que hubiera ido allí les hubiera engañado o te interpretan un gesto que en la capital no tiene importancia ninguna y allí en los pueblos te juzgan con el sacrificio de la Santa Inquisición. y no quieren que se amplíen la carretera que tienen acceso a sus pueblos para que no venga nadie y solo quieren controlar a los písanos suyos que ya conocen. Rechazando el progreso que les pueda traer la apertura al exterior, puesto que se construyen más viviendas, vienen más gente que evitan la endogamia y al moverse el dinero tienen más actividad y ocupación los artesanos y profesionales como son todos los oficios, por consiguiente más empleo y mas prosperidad a cambio de la cerrada intimidad y mezquindad.
Pero mi pueblo a pesar de su aislamiento no es mezquino es todo lo contrario. Es abierto amable y cuando consigue una amistad es para toda la vida.
En un verano que regrese a mi pueblo después de tanto tiempo, la gente quería asociarme con alguien y trataban de buscarme parentescos bien por mis andares por mi forma de desenvolverme. Me dispuse a entrar dentro del casino y llegue hasta la barra donde mi difunto padre debió conocer muy bien.
Aquel casino era el mismo que yo vi antaño, pero ya no estaban las señoras recatadas y los señoritos andaluces que lo ocupaban hacen cincuenta años sino que había sufrido una metamorfosis y se había transformado convirtiéndose en todo el mundo igual. Predominando la sociedad media que cumple honradamente con sus obligaciones y sus impuestos de ciudadano democrático.
Uno de Galaroza me dijo, hace poco tiempo: Jabugo es un pueblo Prospero y que llegas un día cualquiera a las diez y media u once de la noche y no hay ni un bar abierto y que todo el mundo está en sus casas descansando para madrugar al día siguiente y acudir presto a su empresa con chimeneas echando humo que son precisamente las que levantan un país.
El ultimo día que estuve en el pueblo. Salí al paseo y me senté en un banco de fundición de hierro de los que yo recordaba jugando a meter por sus agujeros los palillos higiénicos usados (entre comillas), que encontrábamos en el suelo de la barra de los bares. Y estando allí sentado frente a la casa consistorial se me acerca una cara algo conocida. Pero que no sabía poner en pie y se sienta al lado mío. Cuando llevábamos un buen rato callados; quise romper el hielo iniciando una conversación. Y le dije: yo he nacido hace 55años en los altos de aquella casa donde estaba un letrero que ponía EL BARATO.
Yo le señalaba con el dedo índice hacia el comienzo de la calle la fuente.
El hombre se quedo asustado sin saber que decirme y continué dándole pistas. Proseguí diciéndole: Mi padre era el dueño del la bodeguita el Zampuzo en aquellos años 40 que estaba detrás de donde yo te señalo con el dedo y mi madre tenía un dispensario de practicante frente a la bodeguita de mi padre. Se pude decir que era en el numero uno o dos de la calle la fuente. Ahí se conocieron y se casaron naciendo yo un año después de la boda. Que por cierto fueron a Madrid en viaje de boda. Y vieron el Museo del Prado.
Mi padre se llamaba Antonio Sánchez García y mi madre Dª Ángeles Domínguez Plaza matrona enfermera y practicante oficial del este pueblo.
El hombre no sabía que decirme y hubo un gran silencio por parte de él. Hasta que se dispone a hablar y solo se le ocurrió responderme diciendo: ¿y tú no me conoces a mí?
Pues la verdad no te conozco.
Le sentaría tan mal aquella respuesta que se levanto dio media vuelta y se fue dejándome donde me encontró.
Nuca supe quien fue aquel hombre, aunque su cara me sonara de 50 años antes.
Esto que fue cierto lo cuento aquí para hacer resaltar. Que en estos pueblos hay que tener mucho tacto y cuidado porque cualquier gesto o palabra o mirada puede ser mal intencionada y provocar la cólera o enfado de estos tranquilos nobles y pacíficos provincianos.
FIN DEL CAPITULO 27º: LA GUARRA Y SUS OCHO COCHINILLOS.
Del libro: AUTOBIOGRAFIA DE UN NIÑO DE JABUGO EN 1950
Un saludo de Don Pedro Junior (continuara)

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