miércoles, 1 de septiembre de 2010

CAPITULO 38º EL DIA DE LA MATANZA

anacartov me escribe:
Registrado: 01-11-2009
RE: No me publican mi escrito
Ojalá le pudiera leer esto y el me entendiera, pero la enfermedad le hace estar en su mundo, en el cuál es feliz. Gracias y sigue contándonos historias. Un saludo
Ip Registrada - Condiciones de uso.

Anacartov: Me apena mucho oírte decir lo que me pones. Mi pobre madre también estuvo en ese mundo desconocido. Por eso entiendo muy bien lo que me dices.
Pero estoy segurísimo; que si le lees despacito, cerca del oído los capítulos que yo escribo. El te seguirá y hasta recordara todos esos episodios que pasaron en nuestro pueblo.
Santiago: aquí llevas otro Capitulo para que te pongas pronto bueno y puedas invitarme a una copa de vino blanco como lo hicisteis la última vez que nos vimos en el mostrador del Casino Central.

CAPITULO 38º EL DIA DE LA MATANZA
Del libro: AUTOBIOGRAFIA DE UN NIÑO DE JABUGO EN 1950.
Por San Martin le llegó la hora al cerdo que habíamos criado en casa con los desperdicios o materia orgánica y con ayuda de algún pienso y de algún saco de bellotas que le traía mi padre del Repilao.
El animal cuando joven lo castraba un profesional castrador. Esta operación se llama (capar). Y cuando ya había conseguido su peso prudencial del quintal o más. Se le sacrificaba con ayuda de varias personas.
El espectáculo comenzaba a las cinco de la madrugada. Antes de que saliera el sol y vinieran las moscar y avispas o sotarraño: (Avispas que viven en agujeros hechos en el suelo de la tierra y no en paneles como las más comunes).
Mi padre ponía sobre una mesita una botella de anís para las mujeres y otra de aguardiente de Zalamea para que los hombres se hicieran palomita. (Aguardiente y un poco de agua). También ponía una botella de coñac Terry y unos roscos de azúcar y rosas de miel y pestiño y perrunillas.
Allí tan temprano la gente que acudían eran los vecinos y otros se enteraron porque el día anterior se había corrido la voz. Unos venían a sueldo y otras eran pagadas con especies del mismo cerdo.
Todos degustaban de lo que mis padres habían puesto en la mesa.
Y en el fuego de la chimenea había un puchero de barro que siempre tenía café para todo el que quisiera tomarlo.
Al cochino lo cogieron por las orejas y otros por el rabo y arrastrándolo se le obligaba a que se tumbara sobre un ancho tablero que estaba sobre una altura de medio metro o más del suelo.
El animal chillaba más que un condenado y se extendían y escuchaban los ecos por tódo el pueblo.
Una vez allí el matarife le clavaba un cuchillo de hoja ancha y con doble filo en el cuello aproximándose hacia la altura de la paletilla. Y no dejaba de salir sangre que caía en un barreno de cerámica; a la vez que no se le dejaba de dar vueltas con la mano; para que no cuaje y quede como un taco. Una vez movida queda siempre liquida.
Esta sangre vale después para fabricar la morcilla de lustre y las otras morcillas.
El animal al perder su sangre moría. Y procedían a ponerlo en el suelo. Que con retamas de aulaga ardiendo se le chamuscaban todos los bellos al animal.
Aquello desprendía un olor característico que se metía por los orificios nasales y los nervios olfativos lo retenían mucho tiempo.
Una vez que estaba total mente raspado y sin un bello; se procedía a ponerlo sobre una gran mesa, de fabricación casera algo tosca pero fuerte. Y el matarife rajaba en canal al animal sacándoles las tripas y poniéndolas en una tina grande de zinc.
Luego el profesional sacaba las pajarillas el hígado los riñones las asaduras las castañuelas las presas y cogía una muestra y me decía mi padre: corre y ve al veterinario y le das esto y te espera a ver que te dice.
El veterinario se llevaba los trozos de carne para dentro y con un microscopio examinaba aquellos dos trozos de carne que yo llevaba liados en un papel de estraza; tratando de localizar la figura del virus de la triquinosis.
¡Papá¡ me ha dicho el Veterinario que esta bueno y que se puede comer.
Todos aplaudieron y empezaron a poner trozos de presa de carne sobre las brasas la pajarilla los secretos las castañuelas y con una bota de vino masticaban todo el mundo y comían.
Los niños saltábamos y también picamos lo que nos daba mi madre.
El matarife cortaba la cabeza y le sacaba los dos ojos con la punta del cuchillo y me los entregó con su gelatina que le colgaba. Yo le di uno a mi amigo Miguel Ángel y otro a mí.
Cogimos y lo lanzamos sobre la fachada pintada de cal de mi patio a 4 metros de altura muy cerca de las dos ventanas del doblado y se quedaron pegados a la pared y colgados hacia abajo como si quisiera mirarnos. Donde quiera que giráramos; allí estaba esos dos ojos mirándonos.
Luego nos dieron la vejiga de la orina y la llenamos de aire soplando; y le hicimos un nudo. Creando una perfecta pelota de Futbol. Allí improvisamos un partido de (futbol sala) entre todas mis hermanas y nosotros.
Mi padre ponía en la chimenea del tinao un gran perol de latón colgado de la cadena y ponía los trozos de manteca (pellas) fabricando con esto los ricos chicharrones.
Dos hombres sobre una ancha tabla; Cada uno con dos cuchillos largos cortaban haciendo sic zas con las muñecas a lo ancho de la tabla y lograban poner los trozos de carne y tocino mas menuditos.
Todos estos trocitos se echaba sobre un barreño de cerámica y allí se le añadía y el pimentón rojo los granos de pimienta negra etc. Y se le cubría con un paño; para que reposara y al día siguiente se procedía a embutir en las tripas que traía mi madre lavadas con la ayuda de María Luisa, desde la ribera de Galaroza.
La carne picada se metía en las tripas con unos embudos fabricados de hojalata, de ahí el nombre de embutidos.
Y ahí participe yo dejándome María Luisa que me fabricara mi chorizo. (Como siempre queriendo ser explorador y participante en todo).
En esta operación participaba la buena de María Luisa la de Gómez de la calle Portugal (q en p. d.) y su hija la mayor.
Estas mismas operaciones se hacían también con las morcillas. Que la que más me gustaba a mí era la de Lustre.
Los dos lomos se metían cada uno en una tripa y formaban el llamado lomo embuchado o Caña de Lomo.
Luego vendrían los morcones etc.
Y los jamones se le sacaban la sangre de la vena y se enterraban en sal en el suelo del fondo de la bodega.
Allí en aquel sitio también se ponía la panceta y el espinazo. Y una orza de cerámica llena de puntas de solomillo y trozos de carne enterrados en manteca blanca. Que antes habían sido pasadas un poco sobre el perol con aceite de oliva.
De este animal se aprovecha todo y se convierte es una despensa de una familia que cuenta con un aporte de proteínas garantizando pasar con este pequeño almacén un año más placentero. Y consiguiendo pasar más liviano el duro invierno de la sierra.
FIN DEL CAPITULO 38º EL DIA DE LA MATANZA
Del libro: AUTOBIOGRAFIA DE UN NIÑO DE JABUGO EN 1950.
Un saludo de DON PEDRO JUNIOR (CONTINUARA)

No hay comentarios:

Publicar un comentario