viernes, 3 de septiembre de 2010

CAPITULO 40º LA IMPRONTA DEL CELEBRO

CAPITULO 40º LA IMPRONTA DEL CELEBRO
Del libro: AUTOBIOGRAFIA DE UN NIÑO DE JABUGO EN 1950.

Al igual que un pollito se le enseña enganchado en el extremo de un palo un trapito colorado; y se le mueve sobre su pico nada más nacer, o acabadito de romper el huevo.
Se experimenta en el pollito una reacción. Que solo andará y se guiara por aquel trapito rojo que vio por primera vez en su vida. Donde valla el trapito ira él.
A este fenómeno natural se le llama La impronta del celebro. Y todos los seres de la tierra la tienen.
Los humanos también la tenemos.
Mi tía Mariquita la más pequeña de mi Abuelo Pedro (que en p.d.) Me trajo de Hinojales una collera de pichones blancos. Cuando yo era muy pequeñito. Y mi impronta se lleno de las aves.
Yo quede maravillado de tan lindos animalitos que tan voraz comían trigo y cebada de mi mano y se fueron poniendo grandes.
Mi padre le busco un alojamiento en el doblado que tenía una ventanita que su postigo habría hacia el patio del pozo.Era una pequeña habitación que estaba situada encima del cuarto de baño que acababa de contruir mi padre con inodoro lababo y todo.
Allí metí las dos palomitas blancas que se iban y volvían volando por todo el pueblo y siempre regresando al mismo sitio donde yo las puse.
Las palomas siempre tenían su comida y su agua; porque mi padre me trajo un saco de trigo de Valdelacana. Y yo le ponía agua y trigo todos los días y su postigo siempre permanecía abierto.
Y para corresponder a aquel regalo que me había traído de hinojales mi tía Mariquita(que en p.d.); mi padre me exigió como primer deber: El que nunca por ningún motivo le faltaran su agua limpia su trigo o cebada para que comieran diariamente y nunca se murieran de hambre las palomitas.
Y yo cumplí mi promesa de alimentarlas y cuidarlas a diario.
Un buen día desaparecieron y no volvieron más.
Alguien me dijo que eran las dos hembras y que los palomos rateros se las habían llevado a otro palomar.
Yo quede muy triste y mi padre para alegrarme. Hablo con un hombre que vivía en una casa que había detrás del Casino Central y me trajo en una caja de zapatos otra collera de pichones azules Valencianos buchones con el pelito o pelusa rubia que iba perdiendo a medida que crecían los cañones de las primeras plumas.
Otra vez me ilusione y me llene de alegría con ellos y se pusieron grandes en muy poco tiempo. Metiéndolos en el mismo lugar que metí a las palomas blancas.
Pero esta vez no quería que se me fueran a otro palomar y le puse a la ventana una tela metálica para que no se fueran volando.
Allí criaron y se multiplicaron los pichones. Y quería que volasen en libertad y les abrí la tela metálica. Ellos iban y venían y se a posaban en el tejado y me traían a mas palomas con otros colores de plumas distinto de otro palomar y seguían haciendo nidos. Y yo me pasaba las horas y las horas observándolas y poniéndoles nombres para distinguirlas unas de otras.
Siendo yo tan pequeño debió de influir en mi mente aquella impronta de tal manera que era muy grande el gozo que experimentaba la atracción que me brindaba las aves que había en los arboles de las lomas, colinas, solanas y umbrías remansos de barrancos, y vegas de riberas.
Sentado en el quicio de mi puerta o tumbado a lo largo del umbral. Veía pasar a ras del suelo las golondrinas que hacían unos quiebros asombrosos para poder coger en pleno vuelo los insectos que salían volando; de los cagajones (excrementos) depositados en medio de las calles empedradas y que proceden de las vestías.
Esos insectos servirían de alimento para las crías hambrientas que aguardaban en sus nidos construidos con barro rojo y pegados en los maderos de los techos de los doblaos; de las casas que dejaban las ventanas entre abiertas para que se oreara aquel desván y penetrara la luz solar.
Pasaba largas horas soñando y mi imaginación llegaba tan lejos que me creía que era una de esas veloces aves que nos visitan todos años por primavera.
Soñaba despierto y volaba de esa forma y con esa hiperactividad dando asombrosos virajes y quiebros que giraba en las esquinas a unos metros del suelo y a ras del suelo con mis brazos abiertos y la gente se admiraba de mí. Creándome cientos de historietas en mi mente. Y cuando me cansaba hasta me a posaba en los cables de la luz.
Soñaba despierto en aquel umbral de mi casa y sin darme cuenta de que yo en mi imaginación estaba dando a luz al Superman que pocos años después salió impreso en las historietas del famoso Comic americano.
FIN del CAPITULO 40º LA IMPRONTA DEL CELEBRO
Del libro: AUTOBIOGRAFIA DE UN NIÑO DE JABUGO EN 1950.
Un saludo de DON PEDRO JUNIOR (CONTINUARA)

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