viernes, 10 de septiembre de 2010

CAPITULO 44º EL ARBOL DEL PASEO QUE TENIA ABEJORROS.

CAPITULO 44º EL ARBOL DEL PASEO
QUE TENÍA ABEJORROS
Del libro: AUTOBIOGRAFIA DE UN NIÑO DE JABUGO EN 1950.
En el paseo de la carretera desde la parada del Saure hasta la Yutera había en la cuneta de la derecha unos árboles centenarios de tronco muy gordos y estaban pintados con una franja de metro y medio de anchura; con cal blanca para los faros de los coches reflejaran la luz de noche y tuvieran cuidado de no caer en la cuneta.
El árbol en cuestión era uno muy gordo que estaba al final de la fábrica de Sánchez Romero y Carbajal. Y frente a él y en la otra acera o cuneta estaba el árbol de las orejas de elefante que daba unos racimos de florecillas que después de esas florecillas salía una vaina como las habichuelas de 30 o 40 centímetros de larga.
En este árbol de las orejas de elefante. Era donde fabricábamos con sus grandes hojas caídas y secas en el suelo y que eran parecidas a los apéndices auditivos de un elefante africano; los pitillos pestosos que nosotros intentando simular a ser mayores empezábamos haciendo nuestros pinitos sin llegar a tragarnos el humo.
El árbol de la carretera de tronco gordo. A la altura de su copa tenía un agujero con un nido de avispas del tamaño tres o cuatro veces mayor que las normales.
Nosotros sabíamos que estaba allí y cuando queríamos que la gente saliera corriendo le tirábamos una piedra al tronzo que sonaba hueco y salían todos los avispones o abejorros volando y rezumbando sobre nuestras cabezas.
Había que andar listos; porque se te liaban en el cabello y chavaban unos grandes estiletes y bocaos. La única solución que tenia ante un ataque de uno de ellos rabioso que hiciera giro hacia ti. Era tirarse al suelo y hacerte el muerto; como en la plaza de toros.
Vi en una ocasión un documental que atacaban esos avispones a una colmena de abejas y poniéndose en la entrada de ellas le pegaba un bocao a cada una y diezmaban la colmena consiguiendo tener el sitio libre para entrar al panel y comerse la miel.
Los que sabíamos dónde estaba el agujero andábamos siempre al tanto de los abejorros y del gracioso que le tiraba una piedra al tronco.
Pero al que no sabía nada del rollo se llevaba un buen susto.
Por debajo de los arboles por la fresquita paseaban todo el pueblo.
Las niñas iban en grupos y los niños a nuestro aire.
FIN DEL CAPITULO 44º EL ARBOL DEL PASEO
QUE TENÍA ABEJORROS
Del libro: AUTOBIOGRAFIA DE UN NIÑO DE JABUGO EN 1950.
Un saludo de DON PEDRO JUNIOR (CONTINUARA)

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