Capitulo13º Segunda parte: LA BODEGA CONVERTIDA EN CALABOZO. Del libro: AUTOBIOGRAFIA DE UN NIÑO EN JABUGO DE 1950
Me vi metido en la cárcel o en el improvisado calabozo, exactamente igual que si fuera un convicto, y os puedo asegurar que no recuerdo haber merecido nada tan grave como para pagar ese castigo con 7 años de edad. La sensación que se siente al estar metido por primera vez y oír el cerrojo cuando lo actúan. Es una impresión difícil de narrar. Y las horas que permaneces allí te parecen eternas.
Las dos hermanas catequistas solteronas que perdieron sus novios falangistas en la guerra y se quedaron para vestir santos se encargaban de darnos la catequesis y de prepararnos para nuestra Primera Comunión; Nos trataban con mucho cariño. Y cuando se enteraban de algo que habíamos hecho mal nos daban una reprimenda.
En el tiempo que duro la fratricida guerra entre hermanos que fueron tres larguísimos años. La tabla de salvación para estos nuestros pueblos era el hacerse de falange.
Porque Franco no quería medias tintas: o eres rojo o eres falangista. Los indecisos no eran admitidos en aquella sociedad. Y a la fuerza había que pronunciarse por una cosa o por otra.
El día de los caídos. En la cruz grande de color negro y de madera. Se honraba a los caídos en contienda. Allí solo había un grupo más o menos numeroso de hombres del pueblo y yo que como siempre curioseaba en un extremo de la calle. Escuchaba algunas voces más altas que otras. No podía entender porque se enfadaban y reñían los allí presente. Aunque con el tiempo creo haberlo entendido: Unos querían que se honraran a sus caídos y otros a los suyos.
Mis catequistas se llamaban Doña África y su hermana Doña Elvira eran ellas las encargadas de tales menesteres eclesiásticos enseñándonos las oraciones más elementales y algunos preceptos eclesiásticos para dicha celebración del sacramento de la Comunión que muy pronto tendríamos los de mi edad y que debíamos de acudir sin limpio de todo pecado.
Probablemente sería algún chivatazo que le habían llegado a mis padres de alguna lengua viperina; que nos vio cogiendo higos chumbos que estaban en la solana cerca de la casilla del peón caminero donde vivía nuestro amigo Pavón.
Los higos nos lo comíamos fresquitos más tarde, una vez que estuviéramos sentados en la fuente quino y alguno que pasaba por allí no le agradaría mucho que cogiéramos tan suculentos frutos que con tanto cuidado teníamos que tener para arrancarlos de sus pencas y procurar no llenarnos el cuerpo de sus púas finísimas tan molestas.
Al chivato; no le debió de sentar muy bien, el hecho de que refrescamos los higos con el agua de la fuente Quino de aquel pilar por donde salía el agua fresquísima por un caño de bronce en la pared y rebosando por el pilar se iba hacia un barranco.
Después de desprendernos de las púas de los higos chumbos. Una vez que refregábamos los higos sobre la tierra de la cuneta y metidos dentro de un saco de yute para quitarle el polvo lavábamos los higos en aquel pilar y las posibles púas sueltas se iban flotando con dirección al barranco. Pero alguien que nos sorprendió, no debió de verlo así y pensó que cualquier bestia al beber en el pilar se pudiera clavar una espina, de hecho la burra Margarita de mi padre también bebía allí, cuando venían de recogida del Repilao.
Pienso que uno de los que nos vio les diría a su manera a las catequistas lo que nos había visto hacer en aquel pilar.
De las catequistas iría a mi madre y de mi madre a mi padre. Y luego ya estaba el tinglado servido.
Supondría la lengua viperina que seriamos los culpables de que en una hipótesis pudieran pincharse las gargantas de los animales; Con las púas que corrían flotando dirigiéndose a salir del abrevadero.
O quizás simplemente alguien que nos había visto subido en lo arto de una higuera comiendo las primeras brevas del año, o tal vez subidos en un guindo o cualquier cerezo que nos ofrecía sus ramas inclinadas sobre el camino; con sus rojos y sabrosos frutos, y que solo teníamos que subirnos a la tapia de piedra para tener acceso a ellas.
Cualquier trastada era buena para un castigo.
Allí en aquel lúgubre y frío penal permanecí un día hasta que me levantaron el arresto.
El hecho de no ser muy aplicado en la escuela y dedicar mi tiempo libre a retozar por los campos y explorar montañas y senderos junto al que me enseño: Mi gran amigo El Maqui.
Os aseguro que aquel castigo fue excesivo y no sé el daño que le causaría a mi celebro que estaba desarrollándose pero fue una experiencia malísima y que no se la deseo a ninguna criatura humana.
Ni que decir tiene, que conduciéndome de esta manera, no despertaría en mí el amor a los libros ni a las creaciones literarias.
Si realmente hubiese sentido ese amor quizás me hubiese ayudado mucho a soportar los años que estuve de internado, Porque leyendo a los clásicos podrían haber pasado más rápido los días de mi internamiento que pase en Sevilla. En Rejaco (Logroño) y en Talavera la Real de (Badajoz)
Por aquella ventanita de la cuadra que daba acceso al improvisado calabozo vino mi madre a lo largo de la tarde la cómplice de mi padre acompañada de mis hermanas a traerme un emparedado para que pudiera comer algo, diciéndome: ¡toma hijo mío! Pobrecito mío. Toma come algo ahora que no nos ve tu padre y ha salido para arriba. Come algo que estarás hambriento, y procura portarte bien.
Al no existir agua corriente al principio de los años 50. El cuarto de baño brillaba por su ausencia porque tampoco había desagüe.
Ni que decir tiene: que, las necesidades fisiológicas, había que hacerlas en el corral; y que las gallinas daban buena cuenta de las defecaciones.
El cuarto de baño de mi casa era el corral o el huerto y las gallinas esperaban turno para cuando terminábamos nuestras deposiciones picotear; Tan suculento manjar para ellas. Porque venían corriendo con mucha ansia hacia nuestros traseros.
Las moscas negras y grandes con sus nervios olfativos tan potentes, acudían también prontísimo, con el zumbido de las alas a participar del banquete.
Cuando estas evacuaciones de vientre las hacíamos a campo abierto en las correrías nuestras; a consecuencia de habernos hartado de higos blanco calentitos por el sol, de las higueras de Lepe; La higiene era mucho más complicada porque teníamos que improvisar una pequeña piedra sin esquirlas y que por mucho esmero que pusiéramos al limpiarla para quitarle la tierra, siempre quedaba algo que luego al andar sentías el escozor irritante como si fuera un papel de esmeril o de lija del doble cero.
Era muy normal con los dos tirantes de pana terminado en ojales y abrochados en el peto delantero con dos grandes botones. Que no se llenaran los ojales de los tirantes alguna vez que otra, del hediondo excremento, que por mucho que se refregara con la tierra del camino o con las hierbas; siempre quedaba impregnado el olor que con resignación soportábamos por aquello de que la mierda propia no le huele a uno mal. La del ajeno sí.
Muchas veces en situaciones normales no necesitabas nada porque con esa edad tan temprana los esfínteres están totalmente nuevos y cierran herméticamente, haciendo buena estanquidad.
Más adelante mi padre con su sabiduría de albañil nos hizo un cuarto de baño con su retrete y su lavabo.
En una ocasión vino mi padre alicataote de mosto y se fue al corral cerrando su puerta y escuche a hurtadillas como pintaba a pistola y le decía a las gallinas: ¡Hoy se vais a fastidiar¡ Como no cojáis una cuchara.
Capitulo13º Fin de La segunda parte: LA BODEGA CONVERTIDA EN CALABOZO. Del libro: AUTOBIOGRAFIA DE UN NIÑO EN JABUGO DE 1950 UN SALUDO DE DON PEDRO JUNIOR (CONTINUARA)
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