viernes, 25 de junio de 2010

CAPITULO 15º: EL MATADERO DE Mª LA CARNICERA. Del libro: AUTOBIOGRAFIA DE UN NIÑO EN JABUGO DE 1950

CAPITULO 15º: EL MATADERO DE Mª LA CARNICERA. Del libro: AUTOBIOGRAFIA DE UN NIÑO EN JABUGO DE 1950
A Mª la carnicera que vivía por la calle la fuente; le sacrificaron dos hermosísimos ejemplares de mastines extremeños; argumentando que tenían la rabia y no dejaban pasar a nadie por el camino con sus ladridos, donde ellos guardaban a su rebaño de cabras y ovejas.
Mi amigo Maqui me dijo: ¡vamos a ver los perros de Mª la carnicera¡ que van a matar en el matadero porque están rabiosos.
¡No me digas¡
¡Sí te digo¡ y son unos perros grandísimos con unas enormes cabezas y dos mandíbulas que parten huesos.
Pero no nos dejaran verlos porque si están rabiosos nos pueden morder.
¡No pasa nada¡ A mí me conoce Mª y nos dejara entrar. Yo estoy harto de entrar en el matadero.
En efecto. Entré detrás de mi amigo Maqui y parecía que no se extrañaban de nuestra presencia.
Los dos mozos profesionales y Mª seguían sin interrumpir sus faena.
María vio a mi amigo y le saludo y dirigiéndose a mí me dijo:
Y ¿este de quién es?
De Doña Ángeles la del consultorio.
¡Ah! tú eres el hijo de Don Pedro ¿verdad?
¡Si¡ Señora.
Tu madre ha ayudado a parir a mucha gente aquí. Y se ha dado mucho a valer y a querer. Tanto que la tienen todo el pueblo en estima; y la tenemos en palmitos.
Y tu padre es un buen hombre. Un buenazo. Con un trato muy tolerante. Pero algo mayor para tu madre.
¡Niño¡ ¿tu como te llamas?:
Mi nombre es Antonio Pedro Sánchez Domínguez. Para servir a Dios y a Usted.
Lo de Pedro ¿es por el mote de tu padre de Don Pedro?
¡No¡ señora. Es porque mi abuelo materno que es mi padrino se llama Pedro y quisieron los dos; que yo me llamara así.
Pues tú pareces muy valiente porque todo el que se asoma aquí sale corriendo, cagao de miedo; y tú ni te has inmutado.
¿Has visto matar a animales alguna vez?
¡Si¡ la matanza que se hace en mi casa todos los años con el cochino que criamos.
¡ah¡ entonces por eso estas tan tranquilo viendo tanta sangre.
¿Donde están los perros Señora?.
Ahí están en esos dos cuartos y me los van a matar, siendo tan buenos perros.

Mi amigo el Maqui me dijo: Creo que los desafortunados animales son víctima de tanto celo y eficiencia en su trabajo, y están haciendo verdad el refrán de “muerto el perro se acabo la rabia”. Porque al parecer asustan a todo el que pasa cerca de ellos por el camino.
Estos mastines extremeños son muy guardianes de su territorio, y solamente verlos impresionan, de lo grande y majestuoso que son.
Bueno Maqui: si lo han ordenado las autoridades serán por algo.
Sí, pero yo no me creo nada de lo que dicen.

Le dieron a comer en un trozo de carne envenenada: “la bolilla” (veneno estricnina). A cada uno de los hermosos ejemplares de mastines españoles que permanecían por separado en aquellos “cuartucho” muy pequeño alicatado hasta el techo de azulejos blancos.

El sacrificio tuvo lugar en el mismo matadero que estaba pegado a las escuelas en una cuesta abajo; Cada mastín por separado.
El matadero municipal de Jabugo, era donde se sacrificaban a los animales para ser vendidas sus carnes en el mercado de abastos situado en el lateral derecho de la iglesia.

En el matadero aquel estuve curioseando en más de una ocasión.
Cada recreo de las clases me acercaba a curiosear con mi amigo; puesto que solo nos separaban treinta pasos del patio del recreo y pude presenciar muy de cerca como sacrificaban los mozos acompañados de Mª la carnicera a las cabras y las ovejas con un simple clavo con mango grande de madera.
Los dos mozos debían de ser los hijos de María la carnicera; Eran los matarifes. Y seguían las instrucciones que les ordenaba Mª.
A las ovejas les clavaban por el cuello la puntilla hasta separarle la vértebra cervical. Y una vez inconsciente y sin pérdida de tiempo les daban un corte en el cuello para sacarles toda la sangre que caía sobre un recipiente de porcelana.
Y a las cabras también les hacían lo mismo.
Todavía creo soñar con esos redondos y grandísimos ojos que me miraban desde el suelo muertas y que por mucho que me girara para un lado o hacia otro me seguían los ojos mirando y sin perderme de vista.
Y esos corderos balando desconsolados como pidiendo perdón y clemencia barruntándose lo que se le venía en cima
Tengo que confesar que la primera vez que presencie aquel espectáculo, donde me llevo mi amigo El Maqui, me resulto muy desagradable y me creí que no podía soportarlo pero me hice el fuerte y aguante estoicamente todo el espectáculo.
Allí una vez que eran desangradas las suspendían en unos ganchos que había empotrado en la pared por el maxilar inferior y permanecían colgadas de esa pared alicatada de blanco y eran desolladas (desprendidas de su piel) y troceadas.
Posteriormente esas carnes iban al mercado de abastos para ser vendidas.

Mª removía la sangre en aquel recipiente para que no se cuajara. Dicha sangre serviría después para hacer las ricas morcillas de lustre.
También limpiaba las tripas para hacer los revoltillos de corderos; que servían de tapa o aperitivo en los bares del pueblo

Todavía creo tener en mi celebro el olor de las vísceras emanando un vaho hacia el techo.

Las cabras eran grandísimas y majestuosas comparándola con mi pequeña estatura de adolescente o al menos así me parecían a mí; a juzgar por sus barbas tan largas y sus cuernos tan largos y retorcidos. Eran las famosas y hermosas cabras serranas de múltiples colores en la piel.
Esas cabras eran parecidas a las que criada el pinto en su campo y que después traía a dormir al sótano de su casa, el bueno de Manuel su segundo hijo que tanto trabajó cuidándolas.

FIN DEL CAPITULO 15º: EL MATADERO DE Mª LA CARNICERA. Del libro: AUTOBIOGRAFIA DE UN NIÑO EN JABUGO DE 1950
UN SALUDO DE DON PEDRO JUNIOR (continuara)

No hay comentarios:

Publicar un comentario