RE: No me publican mi escrito Capitulo 5º de: Mi amigo "El Maqui" 3ªParte.
Quiero recordar que mi buen amigo Miguel era primo de Manuel el del Pinto mi vecino de por bajo a mi casa, que siempre estaba atareado con las cabras y las bestias haciéndose con ello un gran experto en el cuidado y trato de estos animales. El hermano mayor Antonio que le gustaba más las relaciones públicas, siempre que podía se escaqueaba y le dejaba todo el trabajo para Manuel.
Cuando bajaban los dos hermanos y coincidíamos en la calle con el mayor de Pastor Sánchez que también vivía por encima de mi casa se ponían de acuerdo estos dos que eran dos o tres años más viejos que nosotros. En esas edades se nota mucho la diferencia. Tanto Antonio como Pastor se ponían de acuerdo para arengar y animar contribuyendo con ello, a que Manuel me mojara la oreja y se viera un ejemplar de pelea en la calle. Pero no pasaba nada porque si entre dos hay uno que no quiere peleas no hay nada que arrancar; Y ese era yo, que no reaccionaba hasta que la situación no fuera muy extrema e inminente, mientras que no fuera así huía del enfrentamiento, y conduciéndome de esta forma y huyendo de las situaciones peligrosas que solo pueden traer consecuencias muy desagradables no me paso nunca nada.
Manuel Pinto hombre pacífico nunca se peleo conmigo. Porque él no era de esos pendencieros fanfarrones que van buscando gresca.
A Manuel Pinto lo vi la última vez que fui a mi pueblo en verano y me lleve a mi familia para pasar unas cortas vacaciones allá por el mes de julio, que dicho sea de paso: Si frío hace en invierno más calor hace en Verano, como había transcurrido tantos años que no nos veíamos, me di a conocer cuando llegue justo donde el tenia las extinguidas y afamadas cabras serranas que cuando pequeño sus estaturas sobrepasaban en mucho a la mía y me daban cierta admiración y respeto por sus voluminosas cornamentas, sobre todo del macho cabrío que tenias unas largas cabelleras y una más larga barba y unos también grandes y redondos ojos que causaban respeto.
Le presente a mi hijo Nacho el mayor de los tres que en el corto periodo de tiempo que estuvo se sintió muy admirado y sorprendido por todo los sitios que le iba enseñando y todo lo que le contaba de mis peripecias en la infancia de Jabugo. El llevaba una cámara réflex y a su objetivo no se le escapaba nada que le llamara la atención todo lo plasmaba en su celuloide como si quisiera competir en un concurso de fotografías.
Fotografió la burra de Manuel que pacía con su burranquillo de pocos días, en el olivar cerca de la valla que está bajando en lado izdo. del edificio del Tiro Pichón e hizo varias instantáneas cuando la cría mamaba a su madre.
Manuel me dijo: tu padre sí que tenía una buena burrita y era tan mansita y tan mansa que cuando se dispuso a irse a Sevilla con tus hermanas, yo estaba interesado en comprársela, pero se la vendió a otra persona más mayor que yo.
Yo le respondí que mi padre les gustaban mucho los animales y sabía tratarlos y adiestrarlos cuidarlos y curarlos. Por eso siempre les salían buenos, puesto que los animales son muy agradecidos y si los tratas bien ellos te pagan con la misma moneda.
Ese “Don” también lo tienes tú, porque has cuidado muchos años de ellos y sin darte cuenta llegas a comprenderlos y quererlos. Habrás podido apreciar que sin ser racionales como los humanos dan más gratitud que todos ellos.
No todo el mundo puede disfrutar y decir lo mismo porque los de la capital no tienen opción a nada de estas emociones y sin ir más lejos mi hijo quedo maravillado de tantas cosas nuevas que descubrió aquel dia.
¡Oye Manuel¡ Enséñale a mi hijo el tesoro que enterramos en tu huerta. ¿Tú crees que todavía estará allí?
Seguro que sí! No ves que aquí no hay nadie que le toque a nada ¡ni siquiera se puede cortar un simple árbol aunque lo haya partido un rallo, cuanto más viejo sea el árbol más valor tiene. Para poderlos cortar hay que rellenar muchos papeles y con todo tampoco puedes hacerlo a no ser que lo repongas con otro joven pero de la misma especie.
Llevándonos al sitio donde teníamos enterrado el tesoro después de 50 años que nos quedamos asombrados de admiración al descubrir nuestro secreto de niño dentro de un viejo cubo de cinc todo agujereado había cuatro objetos apulgarados y podridos casi descompuestos e irreconocibles por el paso inexorable de los años; pero aun guardaba su forma primitiva: Allí se podía distinguir una flauta que nos hizo su hermano Antonio (q, p.d.) .La fabricaba de las cortezas de varetas que nacían del tronco de sus castaño. Estaba el trabuco que tiraba tapones de corcho, fabricado de un trozo de rama de unos veinte y cinco centímetros de largo por treinta y cinco de diámetro y que procedía del arbusto llamado sauco que crecía cerca de la fuente Quino; a ese trozo de palo se le quitaba el tuétano y se le ajustaba una vara de olivo y se tapaba un extremo con un pequeño tapón de corcho que salía disparado debido al aire comprimido creado al introducir con fuerza la varilla; Los taponazos eran bien sonoros pero no tenían una línea recta y nunca acertaban su objetivo, También estaba mi horqueta de olivo, y un cojinete que no se le apreciaban las bolas por estar todas carcomidas corroídas por el efecto del oxido, Este rodamiento debió de pertenecer a la rueda de repuesto del carro de los dos hermanos Minuto. Que se tiraban desde la Yutera rodando y llegaban hasta la fuente quino. Cabían tres o cuatro y a veces cinco pasajeros. El carro tenía su freno de zapata y todo. Mi hijo estaba admirado al ver tales reliquias envejecidas podridas y apolilladas como si se tratara del hallazgo de un arqueólogo en Egipto, y tuvimos que explicarle que significado tenia cada una de aquellas tres cosas.
Miguel el primo del Pinto me invitaba a su casa y yo le invitaba a la mía. Su casa tenía absceso por el corral a la plaza de toros y corríamos detrás de los pollitos diminutos de gallina americana que criaba Ana Jiménez Pajarero en su corral; La chiquitina madre de esos pollitos era muy valiente y nos atacaba defendiendo a su diminuta prole del tamaño de perdigones recién nacidos.
Alguna que otra vez fue mi amigo Miguel testigo de la escandalera que tenían formado mi padre y mi madre con sus riñas cotidianas, cuando volvíamos a nuestras casas de nuestra s incursiones en la sierra a la hora del almuerzo: Y cuando caminábamos de vuelta por mi acera y al llegar a la puerta de mi casa. Miguel subía para dirigirse a la suya. Cuando caminaba cuesta arriba e iba distanciándose de mí girando la cabeza hacia tras me dirigía una mirada de compasión como si no comprendiera tanto alboroto que formaban mis padres y que salían las voces por las ventanas de mi casa, yo también compungido le miraba a él y agachaba mi cabeza empujando la puerta que estaba solo encajada y metiéndome dentro de mi casa esperando cualquier cosa que pudiera pasar. Posiblemente si se escapaba algún tortazo el que pagara aquel pato seguro que era mi culo o mis espaldas con algún alpargatazo que daba mi madre.
Claro que viendo estas perspectivas tan poco halagüeñas dentro de mi propia casa era normal que siempre buscaba la rendija abierta de la puerta de la calle y me aferrara a irme corriendo hacia la calle y juntarme con otro que estuviera en las mismas circunstancias que yo. Que naturalmente no se trataba de mi amigo Miguel sino de otros menos afortunados que nosotros dos.
Mi amigo El Maqui Fin de la TERCERA PARTE. Un saludo de (Don Pedro Junior)
(Continuara)
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