martes, 4 de mayo de 2010

CAPITULO 3º (1ª y 2ª parte) LAS GALERIAS DE RIBERA del libro Autobiografia de un niño de Jabugo en 1950

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25/04/2010

CAPITULO 3º LAS GALERIAS DE RIVERA DE MI PUEBLO (1ª parte) DEL LIBRO AUTOBIOGRAFIA DE UN NIÑO EN JABUGO DE 1950
Mi pueblecito está situado en la cúspide de una montaña en plena sierra de Aracena y Picos de Aroche.
Tengo una lamina de una fotografía del satélite ¿no se? Posiblemente se trate del Meteosat o de otro de los que se encuentran a 100 kilómetros de la tierra en la órbita geoestacionaria. Allí se puede ver el valle del Guadalquivir, desde el coto de Doña Ana hasta lo más alto de la sierra de Aracena. Los pueblos se van quedando abajo y allí en lo más alto de un gran montículo enorme de tierra se encuentra mi pueblo. Le rodean los riachuelos del Chanza, el Río Caliente y la ribera Carabaña todas estas riveras o riachuelos con sus correspondientes barrancos que en verano se paraliza su cauce dejando grandes charcones y en el periodo de las grandes lluvias se lleva a todo por delante convirtiéndose en una grandísima autopista imposible de ser cruzada y vertiendo sus aluvión de aguas en al río Guardiana.
Son los bajos pasillo de galerías de rivera.
Galerías vegetales de zarza mora que solo admite la estatura de dos intrépidos y osados exploradores adolescente como éramos: mi amigo El Maqui y el hijo de Don pedro esposo de Doña Ángeles la Matrona, practicante y enfermera oficial del pueblo con su puesto de trabajo en el dispensario o botiquín, situado al lado del ayuntamiento, con nomina estatal mensual, de las de antes o sea de las del año 1950 y que se las traía todo los meses personalmente el cartero del pueblo a mi casa.
(Un jornalero del campo no llegaba a las 3000 pesetas al mes), y se puede decir sin error a equivocarse que los únicos dineros mensuales en metálico que pudieran existir en el pueblo en aquellos años 50 solo eran: El médico el veterinario el practicante el alcalde el juez el boticario el municipal, el párroco, el secretario del ayuntamiento el cartero el peón caminero, mi Maestro y el Guardia civil y pare usted de contar, porque los demás solo tenían un jornal y los llamados pudientes solo podían esperar a tener dinero en metálico cuando les llegara el año de recoger el corcho de los alcornoques o el corte de los sauces allí llamados chopos, o la venta de algunas cabras o de una piara de cochinos de la Montanera. Cuando esto ocurría era como si les hubiera tocado la lotería.
De los funcionarios que recibían el sueldo del estado; los dos últimos que he mencionado: mi Maestro y el Guardia Civil eran los que menor cuantía en la nomina recibían. Con él sobre no llegaban a fin de mes. A mi Maestro se le notaba el cabreo y daban los palmetazos más fuertes en las manos.
Mi amigote El Maqui me decía júntate ajo porro en las manos y te dolerá menos y hasta se rajara la palmeta. Era mentira. Aquello seguía doliendo igual y la palmeta se ponía más rígida.
El dolor era una cosa pasajera y cuando terminaban las clases nos íbamos a lo nuestro: Camino del cementerio abajo con dirección a la ribera y allí nos metíamos los dos exploradores, con el agua que te llegaba hasta las rodillas apartando con los bracitos de unos chinorri de casi un metro de estatura, con 7 años de edad de complexión esquelética, largos y estilizados, de piernas y brazos muy finitos. Pero de carnes compacta y llena de fibras musculares que se maleaban y movían como resortes metálicos, cuando saltábamos por aquellas tapias de piedras.
Las ramas verdes que suspendidas del techo las separábamos con cuidado de no pincharnos puesto que nos franqueaban el paso al colgar a modo de estalactitas de la vecina Aracena con las grutas de las maravillas o serpentinas que no cesa su carrera descendente hasta llegar a tocar las puntas la superficie del agua, puntas que con el contacto de dicha agua adquieren un color blanco haciendo un contraste llamativo debido a la fotosíntesis que adquieren el color verde del resto de las hojas de su rama.
El agua fluye imparable aguas abajo, con dirección a la China, pedanía que dista tres kilómetros de Galaroza y ésta a su vez está a unos 5 Kilómetros de mi pueblo por el camino real si te dispones a hacer senderismo por este bonito camino de la yutera (fabrica de sacos de yute) que se tarda una media hora andando a pasito lento cogiendo las moras negras de los zarzales y los madroños que dejan el color fuerte amarillento y empiezan a tornarse colorados poniéndose maduros con el color rojo.
Con el tirador lanzábamos las chinitas a los zarzales para ver como salen asustadas las mirlas y ojeando las paredes de piedra para ver algún lagarto tomando el sol y darles un buen susto. Porque darle no le dábamos. Había que ser un Búfalo Bill o Un Guillermo Tel. Y a eso no llegábamos.
Fabricamos el tirador con goma de cámara de neumático de camión y horqueta de varetas de olivo o de ramas de la amarga adelfa que cortábamos en las cunetas o vallados. Las de olivo eran las mejores.
En aquellas sierras el aire es limpio lleno de oxigeno puro que nos dan los frondosos árboles centenarios de encina y alcornoque quejigos y castaños.
En silencio y andando por aquellos caminos sendas y veredas, solo es interrumpido por el canto del cuco, de la oropéndola o del ruidoso arrendajo aquí llamado gallito de monte que cuando ve algo extraño se pone a decírselo a todos sus congéneres avisando con sus graznidos de la presencia de un humano.
El silbido de algún tordo o estornino o los herreritos y los carboneros o los pequeños chamariz (verdecillos) o el bonito jilguero o el fuerte y corpulento verderón o algunas gatinadoras que busca los insectos o larvas, gatineando a lo largo de los troncos y empezando su búsqueda desde lo más bajo del tronco hasta no dejar de revisar todos los hueco o agujero de todo el ramaje del frondoso árbol.
Cuando el sol se pone sobre nuestras cabezas cerca del medio día; el silencio es sepulcral y solo escuchas el eco de tus propios pasos al andar.
De noche en verano al no existir contaminación óptica ni atmosférica, se pueden contabilizar todos los planetas de nuestra Vía Láctea. Con tanta nitidez que parece como si pudieras tocarlos con los dedos de tus manos.
Bueno voy a dejar este capítulo 3º hoy aquí. Porque es mucho más grande y no quiero cansaros y creo que es uno de los capítulos más interesante de toda la película. Por eso: FIN DE LA 1ª PARTE DEL CAPITULO 3º LAS GALERIAS DE RIVERA DE MI PUEBLO. DEL LIBRO AUTOBIOGRAFIA DE UN NIÑO EN JABUGO DE 1950
CONTINUARA (un saludo de:DON PEDRO JUNIOR)No me publican mis escritos


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26/04/2010

CAPITULO 3º LAS GALERIAS DE RIVERA DE MI PUEBLO (2ª parte) DEL LIBRO AUTOBIOGRAFIA DE UN NIÑO EN JABUGO DE 1950.
Escudriñamos detenidamente los troncos y las ramas del castaño, con el fin de descubrir las piteras (agujeros) de las gatinadoras barreras. (Aves trepadoras del tamaño de un gorrión con plumas grises tirando a azules) que suelen ocupar los agujeros de los pica pinos abandonados del año anterior y achican el agujero de entrada para adaptarlo a su tamaño, con aportes de barro de arcilla roja con que fabrican los alfareros extremeños los allí llamados piporros (búcaros pipos o botijos) que proporciona el agua tan fresca, gracias a un proceso físico que hace la sudoración a través de los poros de la arcilla, si el búcaro estuviese cubierto con esmalte o pintura y no le permitiéramos sudar no conseguiríamos el agua tan fresca. Hay que ver qué idioma el nuestro. Tan rico en vocablos. Los americanos o anglo sajones, lo solucionan todo llamándolo solo vasija de agua.
Mi amigo El Maqui y yo, íbamos andando descalzos uno detrás del otro y a veces, cuando lo permitía la anchura de la rivera caminábamos a la par, mirando para todos los lados sin perdernos un detalle. Nos parábamos cuando se movía algo o cuando divisábamos cualquier bulto sospechoso o figura que desentonara del entorno o del cielo y paredes de aquella bóveda vegetal espinosa.
Poníamos gran atención sobre los cantos rodados y pulidos del fondo transparente de aquellas aguas someras puras y cristalinas, que en la época de grandes lluvias se vuelven torrenteras traicioneras e imposibilita el paso de una orilla a otra.
Yo con mis sandalias atadas al cuello y mi pobre amigo El Maqui con sus alpargatas blancas de la misma forma, para que no se mojasen, nos adentrábamos en aquel mundo desconocido, sabedores de que éramos los primeros en descubrirlo y que nadie más seria capaz de hacer lo que hacíamos nosotros, con nuestro derroche de osadía y valor.
Caminábamos evitando pisar con mucha delicadeza las verdinas que cubren las redondeadas piedras resbalosas del fondo de la rivera y de los mejillones gigantes que pululan por allí, y que los más grandes, son del tamaño de un riñón de un cerdo pero algo mas aplastado y de color negro, y las cáscaras o conchas son de nácar que algunos artesanos las emplean para fabricar mangos de cuchillos o puñales de autentico lujo.
Hay culebrillas de agua (gaitanas) salen asustadas huyendo y sorteando nuestras pantorrillas; la primera impresión al verlas te da un poco de yuyo (miedo), pero luego que coges una por el rabo religándose por entre tus dedos de la mano y metiendo y sacándote la lengua, te das cuenta que no hacen nada, te familiarizas y pasas olímpicamente de ellas sin hacerles ningún caso. Porque se te quita el miedo que le tienes.
Si te paras un poco y te quedas inmóvil como formando parte del entorno, ves los pececillos plateados acercándote a ti rodean nuestros pies con curiosidad.
Los galápagos pequeñitos te ven y salen huyendo a esconderse en el fondo entre las piedras.
Y alguna rana que descansa en la orilla, buscando algún rayo de sol para que les caliente su sangre tan fría, nos asusta pegando un gran salto delante de nuestras narices y salpicándonos de agua.
Nos envuelve el buen olor a hierba luisa a poleo, a mejorana, orégano, romero, lavanda, jara y demás hierbas aromática. Un aceitero (libélula o zapatero) grande de abdomen de color azul no hace más que revolotear rezumbando por encima de nuestras cabeza y se para en el aire oteando como si fuera un cernícalo primilla.
Pisábamos con mucho sigilo y absoluto silencio. Esto es lo principal que debes tener en cuenta si quieres ver a los animales en su hábitat sin que huyan despavoridos a esconderse o salgan volando las escandalosas y asustadizas mirlas con sus fuertes chasquidos dándoles el chivatazo a todo el mundo, de nuestra presencia.
Andábamos sin chapotear el agua para evitar el ruido y no asustar a las Zurrapuñas o chochín, el ave más pequeña de la península Ibérica con la cola pequeña siempre levantada y que construyen sus nidos, recopilando una voluminosa bola de musgo de 20 veces más grande que ella misma.
Suelen tener de 4 a 6 huevos muy chicos y redondos más chicos que un boliche que vende la tienda de Salud (Canica de barro cocido) Por aquel tiempo se escuchaba un cantico que decía: “Yesca Salud que Purita vende más que tu”. Salud era otra tienda que rivalizaba con Purita.
Llama la atención aquella pelota de balón mano tan grande fabricada de musgo de unos 20 centímetros de diámetro situada a la distanciada de un metro del agua y enredada entre los troncos de las zarzas y las dos puerta chiquitina perfectamente redondeada una de entrada y otra de salida una enfrente de la otra, que le sirve de salida, de emergencia, en caso de que una curiosa y desaprensiva culebra o lagarto, rata o comadreja se le ocurriera entrar por una, disponiéndose a salir pitando por la otra puerta.
Cuando mas profundizábamos por aquellas aguas someras mas ansiábamos el ver a donde nos llevarían aquel pasillo tan sombrío y solo iluminado por los haces de los luceros que salían del techo como potentes linternas con las pilas nuevas porque no hay luminosidad mayor que la que recibimos del sol. De vez en cuando se veía una claridad más grande que la que recibíamos de los luceros del techo, se trataba de alguna pequeña puerta o ventana por donde sacábamos nuestra cabeza para ver y orientarnos por dónde íbamos, y siempre nos encontrábamos con una huerta de manzanos o melocotones que gateando por el pequeño terraplén alcanzábamos un melocotón amarillo que se crían sabrosísimos, aguas abajo en aquellos recodos que va haciendo la rivera en una u otra orilla.
Con el melocotón dándoles bocados y sin pelar retrocedíamos de nuevo por nuestros pasos y nos metíamos otra vez en aquella puerta cuyo marco era de troncos de zarza mora y de mosquitera las propias ramas espinosas que caían.
Seguíamos andando descalzo y ojeábamos por ambas orillas sin dejar atrás nada sin curiosear.
¡Mira Maqui allí¡ un morgaño negro brillante va nadando hacia la orilla, se va a meter en el agujero ¡Voy a cogerlo¡
¡No la cojas¡ qué y te va dar un bocado.
Pues parece solo una inofensiva musaraña, con ese hocico tan largo terminado en una trompa de nariz Porrúa abierta con dos grandes orificios nasales en la punta y ese rabito tan cortito, aunque lo que más llama la atención es su piel de terciopelo sedoso negro brillante.
Si pues eso que tú te crees que es un ratoncito. Como se te ocurra tocar la piel tan suave de negro azabache que tiene. Te clava unos dientes que son tan finos como alfileres.
Aquello era un mundo nuevo como si estuviéramos en otra galaxia que mi amigo El Maqui me animó a entrar, aunque a decir verdad yo no necesitaba que me animaran mucho porque siempre estuve presto para estos menesteres y fueron tantas cosas las que me enseño y tanto tiempo le dedicábamos, sintiéndonos los protagonistas y héroes o descubridores en aquel extraño mundo tan fantástico., parecíamos mineros que se dirigían hacia el interior de la tierra en las galería donde tiene su puesto de trabajo el picador, o los primeros exploradores de un nuevo mundo.
Los demás niños del pueblo no sé si nos envidiaban o por el contrario nos repudiaban por nuestro comportamiento y nuestro secretismo. Y siempre ingeniándonos cosas para pasarlo bien por aquellos caminos y cerros y peñascos, que cualquier mortal se perdería o se despeñaría y que nosotros sin brújula ni sextante ni G P S, tan perfectamente nos orientábamos y conocíamos.
FIN DE LA 2ª PARTE DEL CAPITULO 3º LAS GALERIAS DE RIVERA DE MI PUEBLO. DEL LIBRO AUTOBIOGRAFIA DE UN NIÑO EN JABUGO DE 1950
CONTINUARA (un saludo de:DON PEDRO JUNIOR)

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