domingo, 15 de abril de 2012

LOS PATOS DEL PEDROSO

LOS PATOS DEL PEDROSO...


Un buen dia de caceria; mi amigo Tirado era el anfitrión de aquella expedición y de él partió la idea de ir a un cazadero que él conocía y que se trataba de una finca de encinas y alcornoques llamada La Dehesa del Campo. Que esta camino de entre el Pedroso y Cazalla de la Sierra.
Tenía una gran charca o estanque llamada presa de unas dos hectáreas de extensión donde una piara de cerdos negros de raza ibérica gustaban de zambullirse y revolcarse en el lodazar de una de sus orillas para refrescarse y aliviarse del justiciero sol de Andalucía y a la vez eliminar y evitar la picadura de los posibles parásitos de su piel.
Posteriormente me entere que la gran charca era la cola de un pantano

Con el también venia Feliciano de Villa Nueva del Río y Minas: y Juan Escribano, aunque amistosamente le llamemos el “Chato” y uno más maduro con 20 años más experimentado en el deporte de la cacería llamado Manuel Luque que en paz descanse y por ultimo faltaba el que os trata de relatar el maravilloso lance cinegético de aquel famoso y afortunado Día y que da nombre a este libro.
El que os escribe es natural de Jabugo (Huelva) y soy el que se esfuerza escribiendo todo aquel extraordinario episodio con todo lujo de detalles, para que se sintáis entretenidos y a la vez os sea agradable y ameno.
Procurare ser escueto para no aburriros aunque no por ello esforzarme en pretender que lleguéis a comprender el carácter, temperamental y la forma de ser y la madera con que se hace un cazador, deporte muy vilipendiado y mal entendido por personas que no llegan o no tuvieron la suficiente información de lo que representa el deporte de la caza.

Esta historia que os voy a contar fue ya de mayorcito y se trata de un domingo, un magnifico día de la transicion que me invitaron unos compañeros de trabajo a ir de cacería y que nos las prometíamos muy felices, éramos cinco escopetas cinco cananas ¡buenas escopetas! Cinco cazadores.

Hombres civilizados amantes de la naturaleza y de las emociones fuertes de los espacios abiertos y de todos los encantos que esto tiene.

Sabiendo leer sobre el suelo y el cielo del campo andaluz.

Porque para ello el destino nos arranca desde niño de nuestros pueblos rurales como si fuéramos una mata de choco (altramuces) y nos trasplanta a la gran metrópoli en los años 50 y 60 del gran éxodo o emigración de los pueblos serranos, en el que salía todos los sábados el Saure autobús de línea regular, que con toda una familia y sus bártulos atados con redes en la baca del camión de pasajeros se marchan para buscar nuevos horizontes en Sevilla Madrid Barcelona Valencia o Bilbao con sus rascacielos sus edificios altos sus ascensores sus calles tan amplias sus chimeneas echando humos y las grandes y asfaltadas avenidas.

Como dice Joaquín Sabina: las largas chimeneas vierten su vomito de humo, a un cielo cada vez más lejano y mas alto, por las paredes ocre se desparrama el zumo de una fruta de sangre crecida en el asfalto, ya el campo estará verde debe ser primavera, cruza por mi mirada un tren interminable, el barrio donde habito no es ninguna pradera desolado paisaje de antenas y de cables. Vivo en el nº 7 la calle melancolía quiero mudarme hace años al barrio de la alegría pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía; en la escalera me siento a silbar mi melodía.

La finca que me llevaron mis compañeros de trabajo estaba llena de esas majestuosas y soberbia arboleda de encinas centenarias cargaditas de brillantes bellotas de distintos tamaños, según fuese la encina así eran sus frutos. Algunas bellotas eran pequeñitos y casi redondas de color marrón claro o rubias y que tenían un sabor más dulce, parecían avellanas y otro árbol en cambio las daba alargadas estilizadas y de color castaño oscuro, también las había de un tamaño mucho más grande y hermosísimas bellotas de color oscuro, pero que no estaban tan dulces como las pequeñitas redondas o las también pequeñas pero más alargaditas rubias , y por ultimo había otras pequeñas y rechonchas y con la cáscara algo arrugada o con pliegues bien visibles que eran de las más amargas de todas, casi todas con su capuchón puesto, eran las del árbol del alcornoque.

Para saber cual encina daba el fruto más dulce solo tenias que observar cuando habrían las pocilgas el porquero y salían los marranos corriendo con su buen trote cochinero y se dirigen primero a la encina que da las bellotas más dulces que durante la noche han caído su fruto al suelo; a los demás árboles se acercaran cuando ya habían agotado todas las bellotas de mejor sabor.

En estas dehesas o fincas andaluzas se encuentran la caza de pluma como son las perdices que se crían en la propia finca y que no pierden su querencia de volver al mismo sitio que las vio nacer, y es allí en este mismo sitio y en el propio suelo donde volverán todas las noches a dormir, un agrupado numero de excrementos de color negro y blanco junto a una pequeña oquedad en el terreno les delata de sus o aposento durante la noche.
Este bando de perdices más o menos numeroso, es el que el cazador va buscando y levantando de un lado para otro, siempre dándoles vueltas al cerro hasta cansarlas. Aunque a decir verdad es al revés, puesto que son ellas las que nos cansan a nosotros y terminamos exhaustos de tanto darle vueltas y vuelta al mismo cerro y a veces volviendo sobre nuestros propios pasos porque cuando están muy baqueteadas aguzan su ingenio y se queda agazapadas y no se levantan hasta que no las pisas. En una palabra a esto se le llama la famosa frase de “marear la perdiz”.
Nuestro empeño es el de arrancarles algunas al bando en cada persecución que se les hacen, pero la mayoría de las veces no podemos ni repartir ni tan solo a una perdiz para cada uno y son muchas las veces que volvemos a casa de vacío porque en el sorteo final del reparto que se hace poniendo las piezas de abatidas en el suelo, hay lotes que se supone debía de estar ocupado por una pieza de caza y nos vemos sorprendido que solo hay en su lugar una piedra que es la que sustituye al lote. ¡Mala suerte me toco la piedra ¡ bueno no importa el próximo domingo será.

La paloma torcaz, que viene del norte de Europa, aunque ya muchas son criollas o lo que es lo mismo nacida en algún nido que construyen en las frondosas encinas y que luego saldrán los pichones en bandos capitaneadas y dirigidas por una gran paloma veterana que suele tener un gran porte y de unas dimensiones muy grandes con respecto a los pichones. Esta paloma madrina les enseñara las primeras lecciones y les dirá a que altura deben volar para que los plomos del cazador lleguen frió y no les alcance y en definitiva les alertará desde las alturas y su buenísima vista de todos los peligros que les acechan allí abajo y sepan de quien tienen que temer y huir.
La vista de la paloma es inmejorable, solo superable por el halcón o el gavilán y puedes estar seguro que primero ella te vera a ti, que tu a ella, de ahí la importancia de ir con ropa de camuflaje y de fabricarte un buen escondite llamado “puesto o aguardo”.

La tórtola común que viene del Senegal y de los países limítrofes y que hacen el viaje aquí para reproducirse en el mes de Mayo. Los zorzales que vienen del norte de Europa donde se han criado y se encuentran aquí en sus zonas de invernadas, al igual que la paloma zurita los abejarucos las oropéndolas el críalo la carraca, el roquero solitario con sus plumas de color azul cobalto, el guión de codorniz el zorzal real, el zorzal malviz o alirrojo y la paloma bravía que se cría en los acantilados españoles y que viene aquí en busca de la nutritiva bellota, las ruidosas grullas y alguna rezagada codorniz africana a mediados del mes de septiembre que se muestra remolona y perezosa para volver a sus países de invernada o simplemente que está de paso igual que las tórtolas, esperando el viento y momento idóneo que les empuje para dirigirse a las costas de Cádiz pasando antes por Olvera Cazariche Alcalá del Valle Bárbate Conil y los Caños de la Meca Algeciras y Tarifa así como Isla Cristina en Huelva y dar el salto hacia África donde se quedaran hasta la próxima primavera que harán de nuevo el vuelo de vuelta hacia neutra península ibérica y algunas cruzándola para llegar hasta Francia.

En la caza de pelo: se pueden ver algún conejo asustadizo y grandes liebres y con muchísima suerte puedes encontrarte con algún macareno de cerdas blanquecinas que anda merodeando para poder copular con las cerdas en celo que se encuentran cercadas en sus pocilgas. Y que cuando esto ocurre, estas hembras suelen hacer una algarabía de muchos gruñidos seguidos, porque han olido al jabalí y dichos gruñidos mañaneros en el silencio del campo se propaga a varios kilómetros a La redonda.

El guarro o marrano da buena cuenta de todos los nidos de perdices y de todas las gazaperas que hay en la dehesa, es este el principal culpable de las diezmadas especies cazables.

Aunque hay otros depredadores menos numerosos pero tan culpables como el cochino omnívoro, estos son los zorros los búhos las águilas los meloncillos las comadrejas la jineta las serpientes, los lagartos los cuervos, las urracas y otras alimañas.

El ser humano y en este caso el “cazador” lo único que nos diferencia de estos depredadores es la razón, puesto que los animales son irracionales y es precisamente eso lo que nos hace diferente. Gracias a ello el cazador hace su selección entre sus presas, y principalmente son víctimas del cazador y menos afortunadas las que no disponen de ser muy hábiles, porque las que tienen más astucia vista oído y habilidad se les escapa al cazador por muy listo que este sea.

El cazador también mira por su cazadero o coto al cual contribuye con su dinero, su celo y vigilancia, eficiencia y custodia, y unas de las premisas que el cazador tiene es que si en la temporada de veda abierta de cada año, que por ahora solo son dos escasos meses, se le ocurriese tentar a la avaricia con la ambición, terminaría ese año con todas las especies cazables de su coto. Para los otros años venideros sabe que tendría que colgar la escopeta, de ahí el raciocinio del ser humano.

El cazador ama la caza con pasión y la pieza cazada todavía con la sangre caliente, la sangre resbalándole entre los dedos de su mano le crispa y le parten el corazón hasta hacerle desfallecer. La adrenalina en esos momentos sube a niveles insospechados y es algo inexplicable el placer que siente un cazador cuando bate su presa escogida abatida y acechada.

Las más viejas y frondosas encinas que se encuentran ubicadas en un conocido o recóndito rincón de la finca situado en una pequeña hondonada y sobre una umbría daban cobijo a partir de las 6 de la tarde a numerosos zorzales y mirlos que tenían allí su dormidero otros tienen su morada en el cañaveral que cubría la cola del pequeño lago en su desembocadura, este sitio se veía rebosante de vida y era agitado por suaves murmullos de aves acuáticas ; las negras fochas se veían desaparecer repentinamente bajo el agua igual que los zambullones cuando eran sorprendidos por nuestros ojos curiosos, también se ve la silueta de color azul cobalto que dejaba el martin pescador en su vuelo rectilíneo sobre las aguas someras y emitiendo un sonido fino y muy cortito metálico hasta llegar a posarse sobre una raíz seca de la orilla observándonos a nosotros y a la vez mirando el fondo del lago a ver si sorprendían alguna que otra gambucia o pececillo plateado que le sirviera de almuerzo.

En aquel fantasmagórico lugar se veía que palpitaba toda la existencia desconocida de los animales acuáticos., aquello era todo un mundo diferente al de la Tierra un mundo tan diferente que tiene su vida propia, sus habitantes sedentarios, y sus viajeros de paso sus voces sus ruidos y sobre todo su misterio. Nada es más escalofriante, a veces, que un aguazal, con ese profundo silencio en que envuelve las noches tranquilas con la extraña niebla saliendo de la superficie del agua levitando y dirigiéndose al cielo.

Llegamos por la mañana temprano, aun no había amanecido pero ya se empezaba a ver el resplandor que da las primeras luces del alba, la hierba estaba helada como si intencionadamente se hubiese puesto una fina tele de gasa blanca sobre el suelo y al andar se escuchaba como crujía rompiéndose con el peso de nuestras botas. No hacia viento, por lo tanto tampoco hacia el frió gélido que te hiela hasta los huesos y que te desgarra la carne como una sierra.

Se podía soportar la temperatura, aunque se apreciaba muy a las claras que aquella noche debió haber caído una buena pelúa, al juzgar por la escarcha y por la intensa niebla que cubría el pantano que parecían extraños fuegos fatuos, o unas de las escenas de películas de las que dirige Estibel Spilvet.

Era algo turbador e inquietante y producía escalofríos aquel profundo silencio de aquel amanecer solamente de vez en cuando interrumpido por el sonido corto como el de una trompetita que es el sonido que hace la focha para comunicarse entre ellas.
Del el agua salía una bruma que nos envolvía a los cinco compañeros haciéndonos desaparecer sin poder distinguirnos uno de otro a dos palmos de separación.
La luna estaba allí arriba en el cielo inmóvil y relucía como si de una gigantesca bombilla alógena redonda se tratara. Y daba la sensación de no querer irse del mismo sitio donde estaba, derramado una luz que reflejaban nuestras siluetas.

Paramos en la carretera y Antonio Tirado nos señalo diciendo esta es la finca, y fue allí donde aparcamos el coche al lado de una cancela que se abría con un gran cerrojo.

Del maletero cogimos todos nuestros pertrechos, las bolsas con los cartuchos la canana nuestros chalecos de camuflaje y nuestras gorras y cada uno su escopeta con su funda, Luque traía su viejo zurrón y su vieja escopeta paralela. Escribano llevaba además de la canana y la escopeta una extraña y abultada bolsa que al principio ignoraba de que se trataba.
Abriendo la cancela y cerrándola después nos pusimos a caminar uno detrás de otro en fila india y siguiendo a Tirado casi todos juntos con mucho sigilo no hacíamos ningún ruido se podía observar el humo blanco que producía el aliento y que salía de nuestras propias narices.

Pronto llegamos al borde de la gran charca puesto que solo habíamos andado unos 200 metros desde la cancela. Y la primera visión fue impresionante, de la superficie del agua emergían cuatro o cinco esqueletos grandes de encinas que se conoce se habían quedado ahogadas por haber sido abrazadas por el agua estancada y que a juzgar por donde les llegaba el agua debía de haber buena profundidad en el centro, dado que los troncos eran casi cubiertos del todo viéndose solo parte de la copa y en algunas solo sus ramas secas y peladas y el espectro de aquella niebla que salía de la gran charca y que agarraba la bruma a los esqueletos de encina como si fueran cadáveres con los brazos en alto o como si se tratase de unos copos o bolas de algodón de azúcar que trataran de soltarse y deshacerse de sus palos o ramajes, hasta disiparse en las alturas.

En La orilla que nos aproximamos no tenían ninguna vegetación no se veían juncos ni juncias ni neas, los cerdos ibéricos dan buena cuenta de cualquier bulbo de junco de hierba fresca que se le ocurra nacer y por ello estaba todo este lado del embalse pelado, a excepción de estos esqueletos de encina medio sumergidos que parecían gigante con las manos en alto que quisieran salir del agua y de alguna juncia o espadaña que se veía en el extremo de aquel embalse.
Serian sobre las seis y media o siete de la mañana y nos disponíamos a ponernos cada uno en su puesto de caza. Feliciano se fue hacia la izquierda. Concretamente a la cola del embalse, después iba Tirado, y a continuación estaba yo, seguidamente iba escribano y por último el viejo Luque.
Todos estábamos separados a una prudencial y buena distancia, para que no nos plomeáramos unos a otros.
Yo me eche cuerpo a tierra y procure que me ocultara una mediana mata de jara con otra hermosa aulaga, los únicos dos arbustos que en mi sitio estaban ceca de la orilla.
Allí permanecí tendido más de media hora con la vista puesta en aquellas fantasmagóricas figuras y viendo como no dejaban de salir ese humo blanco que se denomina bruma y que allí se acentuaba todavía más por estar a lo mejor mas caliente el agua que aire

Haciendo acoplo de algún matorral pude acumularlo y construir un pequeño para peto o aguardo y me dispuse a esperar, poniéndome en postura de rodilla en tierra y las corvas cuando llevas un cierto tiempo en esa postura incomoda bastante, así que, posteriormente adopte el cuerpo a tierra.
En la otra orilla, que era la única vista que yo tenía al frente y después del agua, se veía un muro de medio metro o poco mas de tierra que el agua trataba de comérsela una vez que la había humedecido y la obliga a desprenderse del pequeño muro, como hace el hocico del cochino buscando lombrices y raíces en el suelo.

Se presumía pudiera tratarse de otra finca con otro dueño que había conseguido sembrar con ayuda de aquella agua embalsada una gran extensión de alfalfa verde que ya tenía un buen porte de unos 30 cm. De altura. Era por ese verdor de la alfalfa por donde subiendo el terraplén lograban escabullirse las fochas asustadas por nuestra presencia, y huían despavoridas para esconderse en aquel tupido verde, que sería inútil dispararles, aunque estaba frente a frente del terraplén, sabía que sería inútil, puesto que a esa distancia no están al alcance idóneo de nuestras escopetas y los plomos llegan fríos y sin fuerza suficiente para penetrar por entre las plumas apretadas que tienen las aves acuáticas. Y yo quería hacer algo que ese día fuera asombroso que diera que hablar y que se comentara como el cazador de mejor puntería y astucia cazando.
Confiaba en que podría ser mi día de suerte y no podía fallar con tantos espectadores de testigo. Tenía que esmerarme al máximo, porque de lo contrario a la vuelta en la empresa donde desempeñábamos nuestro trabajo me pondrían de vuelta y media.

Por fin llegaron cinco patos reales que en algunos sitios les llaman azulones. Con sus patas palmípedas amerizaron todos juntos delante de mí, sobre unos ochenta metros.
Yo sabía que a esa distancia no era aconsejable disparar, porque los plomos llegan fríos sin fuerza y no se garantiza ningún éxito de acierto, y decidí esperar acontecimientos.

Yo sabía que mis compañeros se habían dado cuenta que a la charca habían llegado los patos pero que esperaban expectante a que alguien disparara primero para que se dispersaran y así tener la oportunidad de disparar todos.

La espera fue muy larga, cálculo sobre una media hora. Media hora que se me hicieron eternas.

En todo ese tiempo ellos estuvieron acicalándose con el pico, poniéndose bien las plumas y untándose una grasa que sacan de una glándula sebácea que tienen en la cola y que por lo visto esa grasa en las plumas son las que los hacen impermeables con el agua y evita que no llegue la humedad a la piel.

Hundían los hombros y las alas en el agua y con un ligero movimiento se rociaban de agua por todo lo alto, como si quisieran asearse por la mañana o tal vez eliminar parásitos.

Permanecían todos reunidos flotando sobre el agua y en aquella zona del estanque cerca del sembrado de la verde alfalfa, como si aquel sitio le diera protección y seguridad. Estaban muy relajados, sin imaginar lo que se le avecinaban.

Ya cansado de observarlos y apuntarles con mi escopeta Bereta (italiana) modelo 301 semiautomática de un solo cañón pero de cuatro disparos de cartucho, me dispuse a emitir un chasquido con la lengua y el paladar tratando de simular el reclamo de los patos reales, con el fin de atraérmelos.

Ellos dejaron el aseo matutino quedándose sorprendidos pero no alarmados, lo cual supuse que la imitación no era muy mala y aunque miraban hacia donde suponían ellos que salía el reclamo, yo permanecía tumbado boca abajo inmóvil.
Siguieron tranquilos pasando olímpicamente de mí, no haciéndome ni puñetero caso, y continuaban con su acicalamiento.

Yo insistía con mis chasquidos durante más de media hora y ya me dolían los mofletes de tanto chasquear, hasta que de pronto se oyó una detonación que pareció un trueno, era Feliciano que estaba en el extremo de la gran charca y no se había dado cuenta de la llegada de aquellos cinco patos y al ver una focha común por entre los carrizos le arreo un cartuchazo sin ningún éxito.
Ese tiro hizo que los patos empezaran a levantarse perpendicularmente del agua y vi mis ilusiones truncadas con un arrebato de desencanto fue cuando tuve el feliz acierto de disparar sobre ellos pensando que era la última y única oportunidad que tendría.

Pero cuál fue la suerte mía que: el tiro que yo di, le llegaron los plomos a esa distancia ya fríos e imposibles de penetrar por entre las gruesas y apretadas plumas que tienen estas aves.
Pero fue suficiente para que atravesaran los perdigones por entre los cinco patos y llegaron a chapotearan en el lado opuesto donde yo me encontraba.
Cuál fue mi sorpresa que se venían los cinco volando hacia mi cabeza e iban cogiendo altura para superar las viejas encinas.
Se fue aproximado, primero el más bonito de todos, era un magnifico ejemplar, un gran macho con un cuello de color azul cobalto intenso y el cuerpo cubierto de plumas con colores muy diversos.
Al mismo tiempo levante la cabeza y me fui apuntándole a la vez que me ponía de rodillas con una sola pierna en tierra y cuando estuvo a la distancia prudencial que la veteranía sabe cuál es, lo tape con el cañón y cayó a dos metros de la orilla pegando un buen pelotazo en el agua somera y a metro y medio de donde yo estaba apostado, dándome una pequeña ducha entre agua y barro.

Me olvidé de él, y incorporándome me puse de pie y me dispuse a apuntarle al segundo que venía detrás y a la altura de la cruz, o sea poniendo el punto de mira de la escopeta mirando perpendicular al cielo le arree otra buena carbona y vi como venia directamente hacia mi cabeza, obligándome a apartarme un poco. Callo a mis pies hecho una bola.
Por último sin querer mirar para abajo le apunto al tercero haciendo un giro hacia atrás y tapándolo con el cañón y derramando el ojo derecho a lo largo de la solista accione el gatillo y vi como se hacía una pelota en el aire, cayendo perpendicularmente como si fuera un ladrillo a tres metros detrás de mí.
Estos dos eran menos vistosos, dado que solo le asomaban algunas plumillas azules en el cuello, deberían estar mudando las plumas o posiblemente fueran nuevos de este año y aun no tenían su librea totalmente cubierta.

Los otros dos menos voluminosos y vistosos no pude tirarle porque mi escopeta de un solo cañón pero semiautomática había terminado con toda la munición que le cabía. Y me tranquilizo el pensar que seguro se trataba de dos hembras que podrían criar más patos al año siguiente.
El primero y gran pato (azulón) seguía dando aletazos para llegar a la orilla, estaba herido de muerte, y al llegar lo cogí y murió entre mis manos. Aquella sangre caliente resbalándose entre mis dedos me conmovió y empañaron mi ánimo y orgullo de cazador que había hecho realidad uno de sus mejores lances cinegéticos, y enseguida me sobrepuse y trate de superar la alteración, haciendo un montón en el suelo con los tres patos.

Sobreponiéndome desvié mi pensamiento y vi. Que había valido la pena la espera. El lance se culmino como presumía y el esfuerzo y esmero que puse se vio recompensado.

Poco tiempo después vinieron las felicitaciones y fueron viniendo mis amigos y se acercaron a ver los patos y el viejo me dijo ¿Qué? Los has rebañado bien e? has estado muy fino y no creo que se te presente una carambola así mas en toda tu vida.

Posiblemente sea verdad, por eso estoy disfrutando mucho del momento.

Pero es que para eso me he llevado un buen rato dialogando con ellos, hasta que los he convencido para que vinieran hacia mí.

¡Ya se! Todos hemos visto tu hazaña y el triplete tan bueno que has hecho! ¡en hora buena ¡

Feliciano dijo: ¡si señor tiene buena puntería¡ Pero yo no me había dado cuenta de que tenías a cinco patos ahí en frente posados en el agua.

Pues todo el mundo los habían visto entrar menos tú y gracias a que disparaste un tiro allí en la cola, asustaste a los patos y creyéndome que los iba a perder le lance una carbona, cayendo los plomos al lado contrario y con la sorpresa de que se vinieron todos hacia mí.

¡Tienes más suerte que un quebrado¡
Se alejaron los tres hablando hacia la sombra de una gran encina, situada a pocos metros de mí espalda y yo seguí en mi puesto mientras se oía como susurraban diciendo: Este tiene buena puntería ya lo demostró el día de la patrona que rompió todos los platos que le lanzaban mi hijo Miguel y el otro Miguel el “bujía” y se llevo el mejor trofeo que había.

Cuando de pronto veo venir por la derecha una rechoncha y gran focha de color negro con el pico blanco, la esperé a que estuviera a mi altura y a la distancia justa le arree candela. Le paso igual que con los otros tres: un solo tiro y al suelo hecha un trapito.
El campo se quedo mudo debido al cañonazo y se estremecieron los tres compañeros míos que presenciaron la caída perpendicular al suelo del magnífico ejemplar.
Entre los murmullos escuche a Feliciano decir: ¡míralo hoy esta redondo tiene la suerte de cara! Es capaz de derribar todo lo que se le pase volando.

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